Un siglo de lucha afroamericana en los Juegos Olímpicos

En el atletismo de París 1924 William DeHart se convirtió en el primer atleta afroamericano en ganar una medalla olímpica de oro; con él se inició una lucha por la igualdad de razas dentro de Estados Unidos y en el movimiento olímpico internacional

En el atletismo de París 1924 William DeHart se convirtió en el primer atleta afroamericano en ganar una medalla olímpica de oro; con él se inició una lucha por la igualdad de razas dentro de Estados Unidos y en el movimiento olímpico internacional

Mauricio Mejía

 

En la enciclopedia por la igualdad, su nombre aparece casi como pie de página, como ave al paso; ruiseñor sin ruido.

Antes de que el afamado James Cleveland -abreviado en Jesse; es decir, JC- Owens hiciera añicos el orgullo ario en Berlín 1936, William DeHart Hubbard se convirtió en el primer atleta de raza negra en ganar una medalla de oro en París 1924; venció en el salto largo, una de las pruebas fundacionales del atletismo olímpico moderno.
En Londres 48, Alice Coachman se impondría en el de altura y se convertiría en la primera mujer afroamericana campeona en las Magnas Justas.
Entre las hazañas de DeHart y de Coachman se encuentran los cimientos de una larga batalla por la igualdad dentro y fuera del deporte.

DeHart nació en Ohio, Cincinnati, en noviembre de 1903.
A los 18 años se inscribió -contra toda regla segregacionista- en la Universidad de Michigan, por la que, en 1921, obtuvo seis campeonatos nacionales de salto triple, disciplina en la que, en 1896, se otorgó la primera medalla dorada moderna al campeón James Conolly, de la Universidad de Harvard.
William, además, ganó los 100 metros planos y el salto largo en los torneos de atletismo de las mejores escuelas de la Unión Americana en 1923.

El nombre de William DeHart Hubbard se perdió en la avalancha de los acontecimientos, como una nota de silencio en el pentagrama de las definiciones.

Thomas Edward, Eddie, Tolan, el Espresso de Media Noche, se convirtió en el primer atleta negro en ganar dos medallas de oro en los Juegos Olímpicos en Los Ángeles 32.
Tolan, de alguna manera, prefiguraba la hazaña del futuro protagonista del relato: Jessie Owens.
El Espresso de Media Noche ganó las pruebas reinas del atletismo, los 100 y los 200 metros planos, en una California que aún olía a estreno.
Owens, en cambio, los 100, los 200, el 4X100 de relevos y el salto largo ante el III Reich, en la pista Olímpica de Berlín, tapizado de camisas pardas y suásticas que anunciaban el final de los tiempos.
Martín Luther King tenía siete años -nació en Atlanta en el año del Crash de Nueva York, 1929- cuando Owens no se volvió un emblema del siglo XX, en el que mucha sangre negra tendría que correr para que los afroamericanos fueran aceptados en la vida social americana.
King sería una de esas víctimas.

En el atletismo femenil, Wilma Rudolph, quien durante su infancia padeció poliomielitis y escarlatina, entre otras muchas enfermedades, se convirtió en un ejemplo de pundonor para una generación de jovencitas afroamericanas al ganar tres medallas de oro en Roma 1960 -en los 100, 200 y 4X100 metros- y más tarde se volvió una ferviente portavoz de la resistencia negra en las manifestaciones callejeras y en las asambleas públicas.

Tommie ganó la prueba el 16 de octubre en CU con un récord mundial de 19.
83 segundos (Tolan, en el 32, batió la marca olímpica con 21.
2 segundo).
El australiano Peter Norman terminó en segundo, con 20.
06.
Y Carlos en tercero, con 20.
10.
Cuando salieron al podio para recibir sus preseas, los estadounidenses portaban guantes negros, uno derecho y otro izquierdo.
Uno de los dos olvidó su par en la Villa Olímpica de Tlalpan.
Descalzos, levantaron el puño mientras duraba la ceremonia de premiación.
El Black Power estaba en las televisiones de todo el mundo.
La lucha negra dejó de ser un asunto interno para convertirse en una protesta en tecnicolor.
Fue Norman el que dio la idea de la protesta, en la que su discreción fue más contundente que el luto reflejado en el puño de los medallistas.
Cuando regresó a Australia fue denigrado como atleta por sumarse a la causa negra.

El Comité Olímpico Internacional reprochó el activismo de los campeones negros y el Comité Olímpico de Estados Unidos envió telegramas de “vergüenza y repudio” por los desplantes de sus deportistas.
La sombra de Luther King campeaba frente a la rectoría de la UNAM, en la que semanas antes miles de estudiantes se manifestaron contra el autoritarismo y la represión del gobierno mexicano.
En la Plaza de las tres Cultura de Tlatelolco la protesta fue brutalmente reprimida por el Ejército y las guardias blancas del Batallón Olimpia.

King era enemigo de la violencia y había evitado a toda costa que el movimiento por la igualdad racial se convirtiera en baños de sangre para la comunidad afroamericana.
Nada más violento que la paz.
En los juegos en los que “todo era posible en la Paz”, los puños de Smith y Carlos fueron actos contestatarios ante un ya cargado año de imágenes contra el totalitarismo.

En 1954, cuando tenía 25 años, King fue nombrado pastor de la iglesia bautista en Montgomery.
Alabama aportó su nombre a la lucha racial cuando, el 1 de diciembre de 1955, Rosa Parks fue arrestada por no ceder un asiento de camión a un pasajero blanco.
Se inició el boicot contra la línea de autobuses.
El simbolismo de Parks dio una vuelta de tuerca a la batalla negra.
King fue apresado y su casa incendiada.
En 1956 la Suprema Corte de los Estados Unidos decretó ilegal la segregación en lugares públicos, transportes y escuelas.
La sentencia no se cumplió.

En ese 1956, Jackie Robinson, el primer pelotero negro en las Grandes Ligas (debutado en abril de 1947, con el Dodgers de Brooklyn, a quien, según Sports Illustrated, le llovieron amenazas de muerte durante sus primeros años como profesional), anunció su retiro del diamante.
En 1950, Earl Lloyd sería el primer afroamericano en la NBA y Ernie Davis, el Espresso de Elmira, fue el primer jugador negro de futbol americano en ganar el trofeo Heissman del deporte colegial.
En ese año fue recibido por el presidente Kennedy, quien moriría -también asesinado- en Dallas el 22 de noviembre de 1963.

 

 

“Tú y yo debemos sufrir este dolor, debemos llevar todas estas cargas.
Es inconcebible que el gobierno norteamericano – rey de los mares, dios del aire, conquistador del espacio exterior, señor de la tierra, visitante del fondo de los océanos- no pueda defendernos de los ataques y el asesinato en las calles de estas junglas de cemento.
Cuando tú te levantas y hablas en defensa de tu propio pueblo eres calificado de provocador, de comunista, de portador del odio racial, de todo salvo de algo bueno”.

Ali y King no comulgaban en el cuadrilátero religioso, pero sí en el político.
Hay un video en el que el campeón sostiene que siguen siendo amigos.
Ali no fue bien recibido en su círculo de amigos cuando se convirtió a La Lectura, pero recibió muestras de apoyo de todos lados cuando se negó a formar parte del ejército.
El homicidio de Malcom X, en Nueva York en 1965, remarcó la postura engreída y soberbia de Ali contra el establishment estadunidense.
Su renuncia a la guerra provocó que se le desconociera como el campeón de los pesados.

King -quien en 1963 pronunció su histórico discurso en Washington DC después de levantar los ánimos afroamericanos en más de la mitad de la Unión Americana- rechazó también la aventura estadunidense en Vietnam.
Llamaba al gobierno de Johnson el mayor proveedor de violencia del mundo.
Había una gran diferencia entre el puño de Ali y el de King.
King no era musulmán.

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