Un instante eterno 

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Antonio Ríos Ramírez

La semana pasada un amigo me recomendó el libro cuyo título se presenta y el subtítulo lo describe como la filosofía de la longevidad.
Definitivamente es un tema no sólo de moda, sino de gran interés por las características del ambiente actual hacia el concepto de la vejez, la juventud y sus relaciones.
Según el autor uno de cada dos niños que nazcan en esta época llegarán a los cien años de vida, en algunos países ya se venden más pañales para adultos que para niños.
Imagínense los impactos no sólo psicológicos, sino de economía, convivencia, necesidades, etc.
Por ejemplo, económicamente, para las aseguradoras los que más valen son los bebés porque tienen más esperanza de vida, el resto seremos como capital decreciente.
Surgen preguntas como: ¿Qué hacer durante todos esos años? ¿A qué dedicar esas décadas con las que nos encontramos de repente, con un cuerpo que ya no responde como antes y con todos nuestros proyectos cumplidos u olvidados? Cada vez vemos más familias con tíos que se ven más jóvenes que los hijos.
En el arte y la literatura veremos cada vez más vejez prodigiosa.

Uno de los efectos de mayor impacto económico serán las pensiones, y los gobiernos ya están visualizando el extender la vida laboral.
La gente en edad de vejez cada vez pasa más desapercibida por los jóvenes, con un efecto mayor en las mujeres, viene una época de mayor cantidad de enfermedades mentales iniciando con la depresión.
Nace una nueva etapa de los viejos y surgen e incrementan los amores tardíos.

El autor comenta sobre una gran ventaja para la vejez, sabemos mejor lo que vale la pena conservar, lo que se puede esperar, lo que no es razonable codiciar.
El orden y la disciplina te liberan de la fugacidad.
Para progresar, hay que ir, a la vez, hacia atrás y hacia delante, recuperar al niño y también tener nuevos proyectos.
En palabras del autor “envejecer no se trata sólo de jugar a las niñeras o de compartir recuerdos melancólicos; se trata de pasar por luchas comunes, de fijar metas, de luchar por proyectos”.

Y lo que es peor, la necesidad de negar ciertos sentimientos y pasiones que siguen sin estar bien vistos a partir de ciertas edades.
El amor sentimental y el deseo se mantienen, pero no se deben mostrar a riesgo de parecer ridículos o directamente, ser calificados como “viejos verdes o viejas brujas”.
“Amamos a los sesenta como a los veinte, no cambiamos, son los demás los que nos miran de forma diferente”.
Ante este futuro viene una inquietante paradoja: se trata de una etapa de la vida en la que muchas personas se encuentran en buena forma física y han superado la mayor parte de los obstáculos.
Los hijos se han independizado y se disfruta de la soñada estabilidad económica.
Y a pesar de que todo señala que toca “descansar”, la vida les impulsa a continuar.
“En la era del declive, ya no se trata tanto de elegir la propia vida como de perpetuarla, influenciarla o enriquecerla”.
Porque hoy, las personas de más de cincuenta años conforman el treinta por ciento de la población mundial; y aun así, se deben enfrentar al egoísmo de una juventud que no se acuerda de estos adultos más que cuando las necesita.
El autor anima a una rebelión frente a la resignación; a la persistencia, frente a la discriminación.
Definitivamente se debe vivir la vejez como parte de la vida, y no como un ensayo previo al descanso final.
Frente a la molestia que su presencia activa parece generar en la sociedad más joven, el autor aplaude a aquellos que “luchan de forma incansable por permanecer en la luz, para no caer en la categoría de los invisibles”.

El libro nos invita a reflexionar: ¿Nos resignamos a la espera? ¿o nos reinventamos a la entrada de una nueva etapa de nuestra vida? “El último capítulo de un libro puede ser tan impactante como cualquiera otro”.

Antonio Ríos Ramírez

La semana pasada un amigo me recomendó el libro cuyo título se presenta y el subtítulo lo describe como la filosofía de la longevidad.
Definitivamente es un tema no sólo de moda, sino de gran interés por las características del ambiente actual hacia el concepto de la vejez, la juventud y sus relaciones.
Según el autor uno de cada dos niños que nazcan en esta época llegarán a los cien años de vida, en algunos países ya se venden más pañales para adultos que para niños.
Imagínense los impactos no sólo psicológicos, sino de economía, convivencia, necesidades, etc.
Por ejemplo, económicamente, para las aseguradoras los que más valen son los bebés porque tienen más esperanza de vida, el resto seremos como capital decreciente.
Surgen preguntas como: ¿Qué hacer durante todos esos años? ¿A qué dedicar esas décadas con las que nos encontramos de repente, con un cuerpo que ya no responde como antes y con todos nuestros proyectos cumplidos u olvidados? Cada vez vemos más familias con tíos que se ven más jóvenes que los hijos.
En el arte y la literatura veremos cada vez más vejez prodigiosa.

Uno de los efectos de mayor impacto económico serán las pensiones, y los gobiernos ya están visualizando el extender la vida laboral.
La gente en edad de vejez cada vez pasa más desapercibida por los jóvenes, con un efecto mayor en las mujeres, viene una época de mayor cantidad de enfermedades mentales iniciando con la depresión.
Nace una nueva etapa de los viejos y surgen e incrementan los amores tardíos.

El autor comenta sobre una gran ventaja para la vejez, sabemos mejor lo que vale la pena conservar, lo que se puede esperar, lo que no es razonable codiciar.
El orden y la disciplina te liberan de la fugacidad.
Para progresar, hay que ir, a la vez, hacia atrás y hacia delante, recuperar al niño y también tener nuevos proyectos.
En palabras del autor “envejecer no se trata sólo de jugar a las niñeras o de compartir recuerdos melancólicos; se trata de pasar por luchas comunes, de fijar metas, de luchar por proyectos”.

Y lo que es peor, la necesidad de negar ciertos sentimientos y pasiones que siguen sin estar bien vistos a partir de ciertas edades.
El amor sentimental y el deseo se mantienen, pero no se deben mostrar a riesgo de parecer ridículos o directamente, ser calificados como “viejos verdes o viejas brujas”.
“Amamos a los sesenta como a los veinte, no cambiamos, son los demás los que nos miran de forma diferente”.
Ante este futuro viene una inquietante paradoja: se trata de una etapa de la vida en la que muchas personas se encuentran en buena forma física y han superado la mayor parte de los obstáculos.
Los hijos se han independizado y se disfruta de la soñada estabilidad económica.
Y a pesar de que todo señala que toca “descansar”, la vida les impulsa a continuar.
“En la era del declive, ya no se trata tanto de elegir la propia vida como de perpetuarla, influenciarla o enriquecerla”.
Porque hoy, las personas de más de cincuenta años conforman el treinta por ciento de la población mundial; y aun así, se deben enfrentar al egoísmo de una juventud que no se acuerda de estos adultos más que cuando las necesita.
El autor anima a una rebelión frente a la resignación; a la persistencia, frente a la discriminación.
Definitivamente se debe vivir la vejez como parte de la vida, y no como un ensayo previo al descanso final.
Frente a la molestia que su presencia activa parece generar en la sociedad más joven, el autor aplaude a aquellos que “luchan de forma incansable por permanecer en la luz, para no caer en la categoría de los invisibles”.

El libro nos invita a reflexionar: ¿Nos resignamos a la espera? ¿o nos reinventamos a la entrada de una nueva etapa de nuestra vida? “El último capítulo de un libro puede ser tan impactante como cualquiera otro”.

Osvaldo

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mar Jun 6 , 2023
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