¿Qué tal un vinito de la Patagonia?

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Por: Silvia González

Lo que me gusta de este tiempo que me tocó vivir es la globalización, hace casi treinta años en mi club de lectura había un cierto aire de superioridad porque teníamos libros internacionales, de autores como Sandor Maraí, de Hungría, o JM Coetze, de Sudáfrica, novelas que hoy se consiguen con un clic digital o te las dejan a tu puerta, en papel.
Lo mismo ha pasado con los vinos, así que, si tenemos antojo de un Chianti, típico de Italia, o del australiano que trae un cangurito en su etiqueta, basta con dar nuestro número de tarjeta en la web y nos llega en días.
El mundo se volvió un puñito.

Esa bastedad de etiquetas a nuestro alcance es un problema y así como acepté que no podré leer todos los libros del mundo, también sé que, usted y yo, no vamos a probar vinos de todos los viñedos de la Tierra , sin embargo, podemos probar los más famosos de cada país, o los clásicos, o los Gran Cru, o los chilenos baratos y buenos, o los muy caros que compraba el exgobernador Duarte en Cosco y les regalaba a sus secuaces.

Pero, fíjese usted, estimado enófilo, enófila, que lo bueno del mundo del vino es que tenemos que ir con calma, porque además, el vino es para degustarlo con lentitud y suspicacia y entre un trago y otro, catarlo.
La cata incluye preguntarnos de qué año es, de qué país, de qué región, de qué clima, de qué uva, de qué bodega, de qué color, qué aromas desprende, qué sabores da en boca, por qué se divorció fulana, con quién hace el amor mangano y si lo hace bien… ejem, perdón, y finalmente con qué alimentos lo estamos maridando.

¿Alguna vez ha tomado tinto y comido nieve? A mi criterio es un mal maridaje.
Recuerde que maridaje es, según la RAE, lazo y unión de los casados, pero esta palabrita se acomodó al mundo del vino y, en él, maridaje significa “el matrimonio entre la comida y la bebida, en un enlace que potencia las cualidades de ambos”.
Sí, claro, claro, ya sé que esto sólo sucede en los primeros años de casados, no vaya a usted a pensar que escribo novelitas rosas.

En fin, qué suerte tuve de nacer en esta globalización, puedo leer los libros de Haruki Murakami con una copa de vino de la Patagonia.
Y puedo decir, como la ranita de los memes: a veces siento nostalgia del mundo de antes, pero me tomo un Amarone de Italia, lo marido con roquefort francés y una pita árabe, y se me pasa.

Búsqueme en el Facebook de Vinícola Diez González y le invito un vinito…

Por: Silvia González

Lo que me gusta de este tiempo que me tocó vivir es la globalización, hace casi treinta años en mi club de lectura había un cierto aire de superioridad porque teníamos libros internacionales, de autores como Sandor Maraí, de Hungría, o JM Coetze, de Sudáfrica, novelas que hoy se consiguen con un clic digital o te las dejan a tu puerta, en papel.
Lo mismo ha pasado con los vinos, así que, si tenemos antojo de un Chianti, típico de Italia, o del australiano que trae un cangurito en su etiqueta, basta con dar nuestro número de tarjeta en la web y nos llega en días.
El mundo se volvió un puñito.

Esa bastedad de etiquetas a nuestro alcance es un problema y así como acepté que no podré leer todos los libros del mundo, también sé que, usted y yo, no vamos a probar vinos de todos los viñedos de la Tierra , sin embargo, podemos probar los más famosos de cada país, o los clásicos, o los Gran Cru, o los chilenos baratos y buenos, o los muy caros que compraba el exgobernador Duarte en Cosco y les regalaba a sus secuaces.

Pero, fíjese usted, estimado enófilo, enófila, que lo bueno del mundo del vino es que tenemos que ir con calma, porque además, el vino es para degustarlo con lentitud y suspicacia y entre un trago y otro, catarlo.
La cata incluye preguntarnos de qué año es, de qué país, de qué región, de qué clima, de qué uva, de qué bodega, de qué color, qué aromas desprende, qué sabores da en boca, por qué se divorció fulana, con quién hace el amor mangano y si lo hace bien… ejem, perdón, y finalmente con qué alimentos lo estamos maridando.

¿Alguna vez ha tomado tinto y comido nieve? A mi criterio es un mal maridaje.
Recuerde que maridaje es, según la RAE, lazo y unión de los casados, pero esta palabrita se acomodó al mundo del vino y, en él, maridaje significa “el matrimonio entre la comida y la bebida, en un enlace que potencia las cualidades de ambos”.
Sí, claro, claro, ya sé que esto sólo sucede en los primeros años de casados, no vaya a usted a pensar que escribo novelitas rosas.

En fin, qué suerte tuve de nacer en esta globalización, puedo leer los libros de Haruki Murakami con una copa de vino de la Patagonia.
Y puedo decir, como la ranita de los memes: a veces siento nostalgia del mundo de antes, pero me tomo un Amarone de Italia, lo marido con roquefort francés y una pita árabe, y se me pasa.

Búsqueme en el Facebook de Vinícola Diez González y le invito un vinito…

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