México-Perú 

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Durante la semana los críticos dedicados a devaluar sistemáticamente la obra del gobierno de la 4T se concentraron en cuestionar la evolución reciente de las relaciones de México con el gobierno peruano.

Algunos de ellos llegaron al extremo de celebrar, como una falla de nuestra política exterior, lo que llamaron la expulsión de nuestro embajador en ese país, sin reflexionar en las circunstancias que rodearon la destitución del presidente Pedro Castillo y la posición del gobierno mexicano, frente a un proceso planeado de desestabilización de su administración, organizado por la oposición identificada con la herencia del expresidente.
.
Fujimori

Algunos de estos personajes que han hecho del cuestionamiento a la obra de la 4T el mejor de sus negocios, alarmados sostuvieron que la protección que el gobierno ofreció al presidente peruano lesionaba los principios y la extraordinaria tradición de respeto que la diplomacia mexicana ha dispensado a los países que viven situaciones conflictivas.

Sin embargo, nada de lo hecho por el presidente López Obrador es extraño a la tradición centenaria de nuestra diplomacia.
En un evento relativamente lejano, pero que todos recordamos, el gobierno mexicano lamentó y abrió las puertas de su embajada en Santiago y las del país entero para otorgar asilo a cientos, acaso miles de políticos, profesionistas e intelectuales chilenos, acompañados, cuando ello fue posible, por sus familias.

Pero lo más importante fue que esta acción en favor de los perseguidos políticos tuvo como precedente decenas de expresiones de simpatía hacia el gobierno de Salvador Allende, que culminaron con su histórica visita de 1972 que, entre otros actos memorables, se recuerda por la recepción que tuvo en los claustros académicos de la Universidad de Guadalajara.

Después del golpe, el gobierno mexicano realizó múltiples acciones a favor de la comunidad chilena, que honran el legado de Allende y que incomodaron a la dictadura chilena y en particular a los artífices del golpe, que hoy nadie podrá negar que fueron Richard Nixon y su secretario de Estado Henry Kissinger.

Pero en ese tiempo, sólo la derecha más torpe, encabezada por una dirigencia panista, que aún mantenía en sus discursos los resabios de las jornadas anticomunistas de la posguerra, hizo sonar las alarmas; mientras el consenso entre intelectuales y comentaristas no sólo era muy favorable a la imagen de nuestra diplomacia; sino, además, mucho se lamentó que el gobierno mexicano no rompiera relaciones con la dictadura militar.

En la misma línea de nuestra historia, porque no recordar los cuarenta años que nuestro país no tuvo relaciones diplomáticas con la dictadura franquista y la honrosa disposición de acoger a miles de refugiados españoles que mucho hicieron por el desarrollo material, político e intelectual de nuestro México.

Cierto que hay distancia entre la personalidad de Pedro Castillo y Allende y el enorme prestigio de la República Española; pero ahora mostraré que también hay un inocultable sesgo de discriminación, no sólo hacia el presidente Catillo, sino además hacia el pueblo peruano y en particular hacia el presidente López Obrador.

Para acercarnos recordaré que la diplomacia mexicana tiene en su haber muchos actos de valentía, muchos momentos de ruptura que responden a la personalidad de sus embajadores de sus diplomáticos de carne y hueso.

Al respecto, es propio recordar a Jaime Torres Bodet: poeta, escritor, diplomático, secretario de Relaciones Exteriores, de Educación y director general de la Unesco, quien durante su encargo como canciller del Gobierno de Miguel Alemán Valdés contribuyó como ningún otro ideólogo a sentar las bases económicas del nacionalismo, al introducir durante la Conferencia de Chapultepec de 1946 la idea de que la paz en las Américas no dependía de la estrategia de seguridad sino del desarrollo económico y social de las naciones y, en particular, de los países latinoamericanos, que ya se encontraban muy afectados por la asimetría de sus relaciones económicas con los Estados Unidos de Norteamérica.

Este gran hombre que tanto prestigio dio a las letras, a la política educativa y cultural de los gobiernos mexicanos, a la salida de la Segunda Guerra, y desde luego a la diplomacia mexicana; en un acto de congruencia tuvo el valor de renunciar a su cargo de director general de la Unesco, sólo porque le pareció inconcebible que las grandes potencias destinaran presupuestos inconmensurables a modernizar su armamento militar, mientras se negaban, rotundamente, a otorgar un incremento insignificante al gasto, destinado a la promoción de la educación y la cultura, que la ONU ejercía, justo a través a través de la Unesco.

En esta histórica expresión de valentía, tuvimos un acto de ruptura, de absoluta desobediencia al canon diplomático dictado por la hegemonía norteamericana que, contra lo esperado, cubrió de prestigio a la tradición diplomática de México y en nada afectó a nuestras relaciones internacionales con el mundo.

Ante estas evidencias, porque lamentar y cuestionar sin límite la congruencia de nuestro presidente, quien en un acto de valor muy honroso, que responde al verdadero espíritu audaz y valeroso de la diplomacia mexicana, decide criticar lo que es en verdad un golpe de Estado en contra de un presidente libremente elegido por los ciudadanos del Perú.

Entonces, ¿por qué lamentar que se otorgue asilo a la familia del presidente Castillo? ¿Qué principio, o qué regla de la diplomacia mexicana se quiebra? cuando todos sabemos que su prestigio proviene de momentos de ruptura y valentía, que hoy nos recuerdan al presidente Cárdenas, a Torres Bodet o al mismo e impresentable Luis Echeverría.

Pura hipocresía, sectarismo y racismo de estos críticos a ultranza, que tanto le temen al castigo que, por desacato a los cánones de la diplomacia internacional, nos puede y debe imponer el Departamento de Estado Americano; cuando es evidente que vivimos en y de un nuevo mundo multipolar, donde hay mucho mayor margen, para que un Estado como el mexicano tome decisiones por cuenta propia en materia diplomática.

Durante la semana los críticos dedicados a devaluar sistemáticamente la obra del gobierno de la 4T se concentraron en cuestionar la evolución reciente de las relaciones de México con el gobierno peruano.

Algunos de ellos llegaron al extremo de celebrar, como una falla de nuestra política exterior, lo que llamaron la expulsión de nuestro embajador en ese país, sin reflexionar en las circunstancias que rodearon la destitución del presidente Pedro Castillo y la posición del gobierno mexicano, frente a un proceso planeado de desestabilización de su administración, organizado por la oposición identificada con la herencia del expresidente.
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Fujimori

Algunos de estos personajes que han hecho del cuestionamiento a la obra de la 4T el mejor de sus negocios, alarmados sostuvieron que la protección que el gobierno ofreció al presidente peruano lesionaba los principios y la extraordinaria tradición de respeto que la diplomacia mexicana ha dispensado a los países que viven situaciones conflictivas.

Sin embargo, nada de lo hecho por el presidente López Obrador es extraño a la tradición centenaria de nuestra diplomacia.
En un evento relativamente lejano, pero que todos recordamos, el gobierno mexicano lamentó y abrió las puertas de su embajada en Santiago y las del país entero para otorgar asilo a cientos, acaso miles de políticos, profesionistas e intelectuales chilenos, acompañados, cuando ello fue posible, por sus familias.

Pero lo más importante fue que esta acción en favor de los perseguidos políticos tuvo como precedente decenas de expresiones de simpatía hacia el gobierno de Salvador Allende, que culminaron con su histórica visita de 1972 que, entre otros actos memorables, se recuerda por la recepción que tuvo en los claustros académicos de la Universidad de Guadalajara.

Después del golpe, el gobierno mexicano realizó múltiples acciones a favor de la comunidad chilena, que honran el legado de Allende y que incomodaron a la dictadura chilena y en particular a los artífices del golpe, que hoy nadie podrá negar que fueron Richard Nixon y su secretario de Estado Henry Kissinger.

Pero en ese tiempo, sólo la derecha más torpe, encabezada por una dirigencia panista, que aún mantenía en sus discursos los resabios de las jornadas anticomunistas de la posguerra, hizo sonar las alarmas; mientras el consenso entre intelectuales y comentaristas no sólo era muy favorable a la imagen de nuestra diplomacia; sino, además, mucho se lamentó que el gobierno mexicano no rompiera relaciones con la dictadura militar.

En la misma línea de nuestra historia, porque no recordar los cuarenta años que nuestro país no tuvo relaciones diplomáticas con la dictadura franquista y la honrosa disposición de acoger a miles de refugiados españoles que mucho hicieron por el desarrollo material, político e intelectual de nuestro México.

Cierto que hay distancia entre la personalidad de Pedro Castillo y Allende y el enorme prestigio de la República Española; pero ahora mostraré que también hay un inocultable sesgo de discriminación, no sólo hacia el presidente Catillo, sino además hacia el pueblo peruano y en particular hacia el presidente López Obrador.

Para acercarnos recordaré que la diplomacia mexicana tiene en su haber muchos actos de valentía, muchos momentos de ruptura que responden a la personalidad de sus embajadores de sus diplomáticos de carne y hueso.

Al respecto, es propio recordar a Jaime Torres Bodet: poeta, escritor, diplomático, secretario de Relaciones Exteriores, de Educación y director general de la Unesco, quien durante su encargo como canciller del Gobierno de Miguel Alemán Valdés contribuyó como ningún otro ideólogo a sentar las bases económicas del nacionalismo, al introducir durante la Conferencia de Chapultepec de 1946 la idea de que la paz en las Américas no dependía de la estrategia de seguridad sino del desarrollo económico y social de las naciones y, en particular, de los países latinoamericanos, que ya se encontraban muy afectados por la asimetría de sus relaciones económicas con los Estados Unidos de Norteamérica.

Este gran hombre que tanto prestigio dio a las letras, a la política educativa y cultural de los gobiernos mexicanos, a la salida de la Segunda Guerra, y desde luego a la diplomacia mexicana; en un acto de congruencia tuvo el valor de renunciar a su cargo de director general de la Unesco, sólo porque le pareció inconcebible que las grandes potencias destinaran presupuestos inconmensurables a modernizar su armamento militar, mientras se negaban, rotundamente, a otorgar un incremento insignificante al gasto, destinado a la promoción de la educación y la cultura, que la ONU ejercía, justo a través a través de la Unesco.

En esta histórica expresión de valentía, tuvimos un acto de ruptura, de absoluta desobediencia al canon diplomático dictado por la hegemonía norteamericana que, contra lo esperado, cubrió de prestigio a la tradición diplomática de México y en nada afectó a nuestras relaciones internacionales con el mundo.

Ante estas evidencias, porque lamentar y cuestionar sin límite la congruencia de nuestro presidente, quien en un acto de valor muy honroso, que responde al verdadero espíritu audaz y valeroso de la diplomacia mexicana, decide criticar lo que es en verdad un golpe de Estado en contra de un presidente libremente elegido por los ciudadanos del Perú.

Entonces, ¿por qué lamentar que se otorgue asilo a la familia del presidente Castillo? ¿Qué principio, o qué regla de la diplomacia mexicana se quiebra? cuando todos sabemos que su prestigio proviene de momentos de ruptura y valentía, que hoy nos recuerdan al presidente Cárdenas, a Torres Bodet o al mismo e impresentable Luis Echeverría.

Pura hipocresía, sectarismo y racismo de estos críticos a ultranza, que tanto le temen al castigo que, por desacato a los cánones de la diplomacia internacional, nos puede y debe imponer el Departamento de Estado Americano; cuando es evidente que vivimos en y de un nuevo mundo multipolar, donde hay mucho mayor margen, para que un Estado como el mexicano tome decisiones por cuenta propia en materia diplomática.

Osvaldo

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