La violencia de esos jóvenes

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Por: Alejandro Cortés González-Báez

Quizás todos nos sentimos asombrados e indignados al enterarnos de los crímenes cometidos por adolescentes, e incluso niños, quienes han sido capaces de matar a compañeros, maestros, e incluso algunos terminan suicidándose.
Resulta evidente el peso que tiene la cultura de la muerte que encontramos esparcida en tantos ambientes, así como en los medios de comunicación masiva.
Pero ahora quisiera referirme a otra modalidad de esa mentalidad devastadora, la cual podría encontrarse quizás muy cerca de nosotros y, tal vez, dentro de nuestros hogares.

Permítanme relatarlo con un ejemplo real: Un médico ginecólogo me contaba sobre el dolor que le produjo la visita de una paciente, de escasos 16 años de edad, quien se presentó en su consultorio con la decisión de abortar.
Este buen hombre intentó hacerla recapacitar, argumentando que un acto así es criminal; sin embargo, ella se limitó a contestar, con tono muy firme: “No vine a que me den sermones, sino a saber si me va a operar o no”.
El médico terminaba su relato con voz débil, diciéndome: “Antes venían llenas de vergüenza.
.
ahora ya no les importa nada”.

Por lógica, estos sucesos pasan inadvertidos a los padres de familia, a quienes las consideran absolutamente incapaces de llegar a eso.
No deberíamos extrañarnos al descubrir historias como la de esta pobre chica conociendo el tipo de entretenimiento que ocupa las horas de ocio de tantos niños, adolescentes, y mayores, así como la falta de autoridad moral de muchos padres ante sus hijos.
Cuando digo “pobre chica” me refiero a la pobreza profunda y real de la pérdida de principios éticos.

Además de la televisión, el cine y otros medios, tenemos los libros de texto sobre la llamada educación sexual, los cuales dedican mucho espacio a dar información sobre los métodos para evitar embarazos, como si en eso consistiera la verdadera educación sexual.

Por otra parte, algunos padres de familia no conocen los libros que usan sus hijos; como tampoco conocen lo que hay en sus almas y, por si fuera poco, parece que se han olvidado de la importancia de virtudes como la pureza, el pudor, la fortaleza y otras afines.

¿Qué tan lejos están las escuelas de sus hijos del mundo de las drogas? ¿Qué tan firmes son los principios morales de sus hijos? ¿Qué tan fuerte son sus voluntades para no dejarse arrastrar por la presión de sus amigos? ¿Cuánta oferta de material para degenerados les puede llegar a sus hijos a través de la computadora y celular? ¿Conoce usted a las personas con las que se conectan sus hijos a través del internet?

Y ahora lo más importante: ¿Qué está dispuesto a hacer para formar la inteligencia y fortalecer las voluntades de sus hijos? ¿Cuántas horas de su semana está dispuesto a dedicarles a sus hijos y a su esposa(o) cada semana? La violencia juvenil, así como la drogadicción, el alcoholismo y la degradación de los muchachos, no se dan por generación espontánea.

Por: Alejandro Cortés González-Báez

Quizás todos nos sentimos asombrados e indignados al enterarnos de los crímenes cometidos por adolescentes, e incluso niños, quienes han sido capaces de matar a compañeros, maestros, e incluso algunos terminan suicidándose.
Resulta evidente el peso que tiene la cultura de la muerte que encontramos esparcida en tantos ambientes, así como en los medios de comunicación masiva.
Pero ahora quisiera referirme a otra modalidad de esa mentalidad devastadora, la cual podría encontrarse quizás muy cerca de nosotros y, tal vez, dentro de nuestros hogares.

Permítanme relatarlo con un ejemplo real: Un médico ginecólogo me contaba sobre el dolor que le produjo la visita de una paciente, de escasos 16 años de edad, quien se presentó en su consultorio con la decisión de abortar.
Este buen hombre intentó hacerla recapacitar, argumentando que un acto así es criminal; sin embargo, ella se limitó a contestar, con tono muy firme: “No vine a que me den sermones, sino a saber si me va a operar o no”.
El médico terminaba su relato con voz débil, diciéndome: “Antes venían llenas de vergüenza.
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ahora ya no les importa nada”.

Por lógica, estos sucesos pasan inadvertidos a los padres de familia, a quienes las consideran absolutamente incapaces de llegar a eso.
No deberíamos extrañarnos al descubrir historias como la de esta pobre chica conociendo el tipo de entretenimiento que ocupa las horas de ocio de tantos niños, adolescentes, y mayores, así como la falta de autoridad moral de muchos padres ante sus hijos.
Cuando digo “pobre chica” me refiero a la pobreza profunda y real de la pérdida de principios éticos.

Además de la televisión, el cine y otros medios, tenemos los libros de texto sobre la llamada educación sexual, los cuales dedican mucho espacio a dar información sobre los métodos para evitar embarazos, como si en eso consistiera la verdadera educación sexual.

Por otra parte, algunos padres de familia no conocen los libros que usan sus hijos; como tampoco conocen lo que hay en sus almas y, por si fuera poco, parece que se han olvidado de la importancia de virtudes como la pureza, el pudor, la fortaleza y otras afines.

¿Qué tan lejos están las escuelas de sus hijos del mundo de las drogas? ¿Qué tan firmes son los principios morales de sus hijos? ¿Qué tan fuerte son sus voluntades para no dejarse arrastrar por la presión de sus amigos? ¿Cuánta oferta de material para degenerados les puede llegar a sus hijos a través de la computadora y celular? ¿Conoce usted a las personas con las que se conectan sus hijos a través del internet?

Y ahora lo más importante: ¿Qué está dispuesto a hacer para formar la inteligencia y fortalecer las voluntades de sus hijos? ¿Cuántas horas de su semana está dispuesto a dedicarles a sus hijos y a su esposa(o) cada semana? La violencia juvenil, así como la drogadicción, el alcoholismo y la degradación de los muchachos, no se dan por generación espontánea.

Osvaldo

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