La migración hacia los Estados Unidos: un cambio de época

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Hace 15 años un escritor norteamericano publicó en un ensayo una visión oscura de las relaciones entre México y los Estados Unidos, en el que anticipaba que el valor de la fuerza de trabajo joven pasaría a ser tan apreciado que, en la incesante búsqueda y disputa por este recurso, ambos países tensarían de tal forma sus relaciones que, a principios de los años treinta de este siglo comenzaría un ciclo de conflictos armados que perduraría por décadas.

Pocos años antes, el ilustre pensador Samuel Huntington ya había anticipado que los millones de mexicanos, sumados a las continuas oleadas de nuevos inmigrantes, representaban un gran desafío para la estabilidad y seguridad de Estados Unidos.

Han sido muchas las anticipaciones pesimistas y provocadoras sobre nuestro futuro en común, pero hasta antes de la llegada de Trump a la Casa Blanca pocos pensaron que el fenómeno de la migración podría desbordarnos en todos los sentidos que puede tomar esta palabra.

De un día a otro Trump redimensionó la relevancia del proceso migratorio que circulaba a través de nuestra frontera y, simulando el peligro que ésta les representaba, nos amenazó con imponernos todos los costos del tránsito y el asentamiento de los grandes y crecientes flujos de migrantes que de una forma u otra habrán de llegar en los próximos años, por millones a Norteamérica.

Paradójicamente, Trump radicalizó su posición cuando era evidente que Estados Unidos estaba entrando a la etapa de envejecimiento acelerado de su población, que ya estaba creando una alta demanda de cuidados para los adultos mayores y un volumen creciente de vacantes en posiciones de trabajo que los ciudadanos americanos no están interesados en ocupar.

A pesar de ello, con todo conocimiento de causa, Trump estableció argucias legales para cargarle a México el impacto de un nuevo filtro a la migración que retuviera a los migrantes en nuestro territorio mientras sus autoridades seleccionaban con mayor tino y eficacia a quienes pudiera ser más ventajoso incorporar a sus mercados de trabajo.

Trump y sus asesores no generaron esta pantalla contra la migración, a la que pretendieron darle un mayor realismo (construyendo un muro que al final quedó inconcluso) por ocurrentes y malvados, lo hicieron para establecer una nueva regla de negociación con el gobierno y la sociedad mexicana.
Es decir, que blindará a Norteamérica de los costos y riesgos que traerán consigo un nuevo flujo de migrantes, que apenas empieza, y que seguramente tendrá impactos nunca vistos.

Las proyecciones demográficas no dejan duda: hacia la mitad de este siglo la proporción de mayores de 60 años en EU representarán un gran problema, lo que significará que millones de personas se verán afectadas por enfermedades degenerativas y en particular por Alzheimer.

Ante este panorama, ¿alguien puede dudar de dónde provendrán las y los cuidadores?

De seguro Trump y sus asesores ya habían despejado esta duda y su proyecto más que desalentar la migración lo que buscaba era generar un nuevo esquema de negociación, al que México debería sujetarse, compartiendo una parte importante de los costos y los impactos indeseados.

Es de nuevo extraño, pero la política efectiva de Biden, su rival, que con hipocresía mantiene el bloqueo a la migración, sólo viene a confirmarnos que este propósito de involucrarnos en el soporte de una nueva época de migraciones es ya parte de una política de Estado, que la sociedad mexicana y sus gobiernos deben enfrentar con sumo cuidado, pero sin tardanza.

Es el momento de darle una nueva dimensión a este problema y también el momento de no olvidar que una pésima negociación de las bases para recibir las inversiones de la industria maquiladora en los años sesenta y setenta, trajo al país un largo y oscuro periodo de pobreza y miseria innecesaria.

Estamos viviendo otro tiempo y hoy sabemos que podemos trabajar para empresas de todo el mundo, pero bajo condiciones dignas de trabajo.

Los migrantes, sin importar su procedencia, también tienen derecho a un trato digno y humano; pues no hay duda que su trabajo será indispensable para que Estados Unidos, como potencia económica mundial, retome el vuelo.

Los gobiernos involucrados deben generar una nueva agenda de negociación que reconozca el aporte de los migrantes recientes, tanto al futuro desarrollo de Norteamérica; como a la futura prosperidad de sus comunidades, a través de las remesas, cuya evolución, en México, es una historia de éxito.

Hace 15 años un escritor norteamericano publicó en un ensayo una visión oscura de las relaciones entre México y los Estados Unidos, en el que anticipaba que el valor de la fuerza de trabajo joven pasaría a ser tan apreciado que, en la incesante búsqueda y disputa por este recurso, ambos países tensarían de tal forma sus relaciones que, a principios de los años treinta de este siglo comenzaría un ciclo de conflictos armados que perduraría por décadas.

Pocos años antes, el ilustre pensador Samuel Huntington ya había anticipado que los millones de mexicanos, sumados a las continuas oleadas de nuevos inmigrantes, representaban un gran desafío para la estabilidad y seguridad de Estados Unidos.

Han sido muchas las anticipaciones pesimistas y provocadoras sobre nuestro futuro en común, pero hasta antes de la llegada de Trump a la Casa Blanca pocos pensaron que el fenómeno de la migración podría desbordarnos en todos los sentidos que puede tomar esta palabra.

De un día a otro Trump redimensionó la relevancia del proceso migratorio que circulaba a través de nuestra frontera y, simulando el peligro que ésta les representaba, nos amenazó con imponernos todos los costos del tránsito y el asentamiento de los grandes y crecientes flujos de migrantes que de una forma u otra habrán de llegar en los próximos años, por millones a Norteamérica.

Paradójicamente, Trump radicalizó su posición cuando era evidente que Estados Unidos estaba entrando a la etapa de envejecimiento acelerado de su población, que ya estaba creando una alta demanda de cuidados para los adultos mayores y un volumen creciente de vacantes en posiciones de trabajo que los ciudadanos americanos no están interesados en ocupar.

A pesar de ello, con todo conocimiento de causa, Trump estableció argucias legales para cargarle a México el impacto de un nuevo filtro a la migración que retuviera a los migrantes en nuestro territorio mientras sus autoridades seleccionaban con mayor tino y eficacia a quienes pudiera ser más ventajoso incorporar a sus mercados de trabajo.

Trump y sus asesores no generaron esta pantalla contra la migración, a la que pretendieron darle un mayor realismo (construyendo un muro que al final quedó inconcluso) por ocurrentes y malvados, lo hicieron para establecer una nueva regla de negociación con el gobierno y la sociedad mexicana.
Es decir, que blindará a Norteamérica de los costos y riesgos que traerán consigo un nuevo flujo de migrantes, que apenas empieza, y que seguramente tendrá impactos nunca vistos.

Las proyecciones demográficas no dejan duda: hacia la mitad de este siglo la proporción de mayores de 60 años en EU representarán un gran problema, lo que significará que millones de personas se verán afectadas por enfermedades degenerativas y en particular por Alzheimer.

Ante este panorama, ¿alguien puede dudar de dónde provendrán las y los cuidadores?

De seguro Trump y sus asesores ya habían despejado esta duda y su proyecto más que desalentar la migración lo que buscaba era generar un nuevo esquema de negociación, al que México debería sujetarse, compartiendo una parte importante de los costos y los impactos indeseados.

Es de nuevo extraño, pero la política efectiva de Biden, su rival, que con hipocresía mantiene el bloqueo a la migración, sólo viene a confirmarnos que este propósito de involucrarnos en el soporte de una nueva época de migraciones es ya parte de una política de Estado, que la sociedad mexicana y sus gobiernos deben enfrentar con sumo cuidado, pero sin tardanza.

Es el momento de darle una nueva dimensión a este problema y también el momento de no olvidar que una pésima negociación de las bases para recibir las inversiones de la industria maquiladora en los años sesenta y setenta, trajo al país un largo y oscuro periodo de pobreza y miseria innecesaria.

Estamos viviendo otro tiempo y hoy sabemos que podemos trabajar para empresas de todo el mundo, pero bajo condiciones dignas de trabajo.

Los migrantes, sin importar su procedencia, también tienen derecho a un trato digno y humano; pues no hay duda que su trabajo será indispensable para que Estados Unidos, como potencia económica mundial, retome el vuelo.

Los gobiernos involucrados deben generar una nueva agenda de negociación que reconozca el aporte de los migrantes recientes, tanto al futuro desarrollo de Norteamérica; como a la futura prosperidad de sus comunidades, a través de las remesas, cuya evolución, en México, es una historia de éxito.

Osvaldo

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