El montaje reúne 89 piezas; 27 de las cuáles son inéditas.
Como parte de las conmemoraciones por el centenario del nacimiento de la pintora de origen inglés Joy Laville, el Museo de Arte Moderno realiza la exposición “Joy Laville. El silencio y la eternidad”.
Para Lucina Jiménez, titular del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, la artista “se inspiró en un paisaje mexicano donde fue capaz de encontrar una sutileza, tanto en la forma como en el color, y a devolvernos un México que, tal vez no habíamos descubierto”.
Agregó que a su visión se le debe el redescubrimiento de muchas formas de conocer la textura de lo mexicano. “Sus esculturas, sus dibujos –concluyó Lucina Jiménez– están aquí y esperemos que sean muy visitados, porque sabemos que se trata de una de las principales creadoras del arte mexicano de este siglo, del siglo que vivimos, porque ella está aquí presente”.
Nunca soñó con tener una exposición y mucho menos dos: Trevor Rowe
“Una persona cesa de existir cuando la gente ya no piensa en ella” y esta exposición es prueba de que Joy Laville sigue existiendo, comentó Trevor Rowe, hijo de la artista naturalizada mexicana, y resaltó que su madre nunca soñó con tener una exposición y mucho menos dos.
Trevor compartió cómo su madre llegó a México con sus propios sueños, con la intención de estudiar arte y hacerse pintora. Detalló cómo los domingos la acompañaba en un autobús proveniente de San Miguel de Allende, para llegar al parque Sullivan, donde ponía su puesto de pinturas y trataba de vender su obra.
Para el hijo de Joy Laville, un paso clave en la vida de su mamá fue el apoyo de Inés Amor, de la Galería de Arte Mexicano, ya que representó una validación muy importante que le dio más confianza en sus capacidades y desencadenó exploraciones de sus talentos y nuevas posibilidades artísticas.
Reflexión sobre la condición humana: Natalia Pollak
Por su parte, la directora del recinto anfitrión, Natalia Pollak, comentó que la muestra presenta una visión no cronológica del trabajo de Joy Laville, que se centra en la compleja carga existencialista de su pintura y en la manera en cómo ella, a través de sus espacios silenciosos y su serialidad, refleja una profunda reflexión sobre la condición humana.
Y recordó que la última exposición individual de Joy Laville en el MAM fue una retrospectiva en 2004. “Ella fue una mujer cálida y generosa, cuyo excepcional trabajo dentro del contexto nacional merece ser reconocido y apreciado por todas las generaciones futuras. En el contexto del centenario de su nacimiento podrán apreciar la singularidad de su propuesta plástica a través de 89 piezas que abarcan 54 años de trabajo, entre pintura, escultura, obra gráfica y cerámica que nos revelan una faceta diferente dentro de su producción, 37 de estas obras son inéditas, subrayó.
Exploración del color
Nacida en la isla británica de Wight en 1923, Joy emigró a México en 1956, en donde redescubrió su vocación por el arte y desarrolló una propuesta artística aparentemente sencilla, centrada en la exploración del color y el protagonismo de la corporalidad, la cual destacaría en el panorama artístico mexicano.
Estructurada en cuatro núcleos, la muestra conduce por la armonía cromática de sus lienzos, el andamiaje de sus planos compositivos, la dimensión emocional de sus paisajes, así como la presencia de figuras cuyos cuerpos sintéticos se sitúan en espacios atemporales, elementos con los que Laville hilvanó una aguda reflexión sobre la condición humana.
El primero de ellos, Ecos del cuerpo, abreva en los desnudos, prioritariamente femeninos, con los cuales la artista dota de vitalidad al entramado abstracto y cromático que distingue sus lienzos. Por otra parte, en Travesía interior, las silenciosas habitaciones pintadas por la artista van más allá de la mera representación de espacios cotidianos y domésticos, y expresan una fuerte carga existencialista.
En el tercer núcleo, El sentimiento oceánico, se presentan escenas de playa, en la cual los colores, la composición espacial y la reducida presencia de bañistas invitan a reflexionar sobre la condición humana frente a la naturaleza y los avatares de la vida. Finalmente, Un gesto gráfico remite a la relación creativa entre Laville y su esposo, el escritor Jorge Ibargüengoitia; se muestran los bocetos inéditos y las portadas con que la creadora ilustró los libros del literato.