Jeremías Gamboa presenta este viernes Animales luminosos, en el marco del Hay Festival Querétaro
En entrevista previa a la presentación de la novela en el marco del Hay Festival Querétaro, Gamboa cuenta que partió de la conversación “aparentemente absurda”, entre sus compañeros norteamericanos, acerca de “si el lugar en el que estábamos estudiando en Colorado, era un campus o una ciudad; ellos estaban preguntándose lo que yo me había preguntado el año y medio que llevaba viviendo ahí”.
El novelista, que dejó el periodismo para dedicarse de lleno a la literatura hace alrededor de una década, escribió esta novela en medio de “el confinamiento más brutal”, durante cuatro meses.
“El libro arrojó sus temas, sus personajes, su metáfora y yo ni siquiera sabía que era un libro sobre la inmigración, ni sabía que iba a aparecer Perú de una manera hasta fantasmal y traumática”.
Confiesa que acudir a la autoficción (él mismo ha sido un estudiante en Estados Unidos) fue un recurso bien pensado.
“Puede entrar en el continente de la autoficción, en tanto yo ficciono mi vida, vamos a decirlo así.
Pero no soy yo, por ejemplo, no hago ficción con mi nombre y mis señas, aprovecho un yo conjetural en situaciones con potencias y valores diferentes a los míos para tratar de analizar una vida que pude haber llevado”, agrega y menciona que sus lectores le preguntan si es tan tímido como su protagonista, “algo hay, pero no todo yo soy así, creo que no podría dar la entrevista si fuese le personaje del libro, saldría corriendo en ataque de pánico”.
Estas “indagaciones de vidas posibles”, dice, “tienen que ver con una manera de reparar asuntos que me han llevado a una sensación, a mí y a los míos, de invisibilidad.
Contarlo todo surgió de una necesidad muy fuerte de autoafirmarse en el mundo.
Soy esto, soy cholo y puedo contar mi vida.
La experiencia de un chico que ha venido con un terror político, no es algo que se escriba mucho.
No es narcisista, hay un elemento de afirmación de la identidad, más bien de la búsqueda de la identidad que hace que la autoficción esté allí”, abunda.
“Yo creo que hay dos grandes linderos en la literatura latinoamericana.
Uno es el de la elaboración de la memoria y el otro es el del tratamiento del trauma.
En este libro paso de un lado a otro, es un mecanismo bien interesante para mirarnos y para elaborar la memoria elaborable.
Hay otras cosas que son demasiado siniestras, o traumáticas o dolorosas que no se pueden elaborar.
De hecho, en Animales luminosos mi personaje no tiene memoria, no elabora, no recuerda el pasado y no quiere hablar del pasado.
“Hablo de Perú, que es lo que conozco.
El peruano no se puede ver al espejo y decir ‘esto soy yo completamente.
Ve un lado de sí, el que le conviene.
El que suele ser el lado blanco.
En la sociedad peruana, hay estas dos improntas clarísimas.
La occidental y la indígena, por una economía colonial que empezó desde que España fundó el virreinato y puso dos repúblicas: la de blancos y la de indios, eso ha generado una enfermedad desde siglos internalizada por todos nosotros al punto de ya no poder vernos.
La gente cuando se ve al espejo, ve qué de blanco tiene.
No reconoce el lado indígena.
Cuando una psique está funda sobre esos elementos, es bien difícil ir completo a cualquier lado.
La impresión que tengo yo es que con la literatura estoy tratando de darle un valor a ese lado que, de manera personal, recibí en mi casa como eso de lo que no debemos hablar”.
Para el autor, “hay un mapa muy completo de América Latina y para los latinoamericanos, leerse es absolutamente enriquecedor, uno se puede dar una comilona en literatura latinoamericana y vivir feliz en una isla desierta por la complejidad de cómo el Cono Sur elabora sus desaparecidos, cómo los mexicanos elaboran los feminicidios, cómo el Perú elabora el asunto racial.
Todos nos estamos haciendo cargo de los traumas de nuestros países y un poquito eso lo he mirado de manera más pop, en Animales luminosos, esas heridas que todos traemos de nuestras casas, nuestros países y que confrontamos”.
En entrevista previa a la presentación de la novela en el marco del Hay Festival Querétaro, Gamboa cuenta que partió de la conversación “aparentemente absurda”, entre sus compañeros norteamericanos, acerca de “si el lugar en el que estábamos estudiando en Colorado, era un campus o una ciudad; ellos estaban preguntándose lo que yo me había preguntado el año y medio que llevaba viviendo ahí”.
El novelista, que dejó el periodismo para dedicarse de lleno a la literatura hace alrededor de una década, escribió esta novela en medio de “el confinamiento más brutal”, durante cuatro meses.
“El libro arrojó sus temas, sus personajes, su metáfora y yo ni siquiera sabía que era un libro sobre la inmigración, ni sabía que iba a aparecer Perú de una manera hasta fantasmal y traumática”.
Confiesa que acudir a la autoficción (él mismo ha sido un estudiante en Estados Unidos) fue un recurso bien pensado.
“Puede entrar en el continente de la autoficción, en tanto yo ficciono mi vida, vamos a decirlo así.
Pero no soy yo, por ejemplo, no hago ficción con mi nombre y mis señas, aprovecho un yo conjetural en situaciones con potencias y valores diferentes a los míos para tratar de analizar una vida que pude haber llevado”, agrega y menciona que sus lectores le preguntan si es tan tímido como su protagonista, “algo hay, pero no todo yo soy así, creo que no podría dar la entrevista si fuese le personaje del libro, saldría corriendo en ataque de pánico”.
Estas “indagaciones de vidas posibles”, dice, “tienen que ver con una manera de reparar asuntos que me han llevado a una sensación, a mí y a los míos, de invisibilidad.
Contarlo todo surgió de una necesidad muy fuerte de autoafirmarse en el mundo.
Soy esto, soy cholo y puedo contar mi vida.
La experiencia de un chico que ha venido con un terror político, no es algo que se escriba mucho.
No es narcisista, hay un elemento de afirmación de la identidad, más bien de la búsqueda de la identidad que hace que la autoficción esté allí”, abunda.
“Yo creo que hay dos grandes linderos en la literatura latinoamericana.
Uno es el de la elaboración de la memoria y el otro es el del tratamiento del trauma.
En este libro paso de un lado a otro, es un mecanismo bien interesante para mirarnos y para elaborar la memoria elaborable.
Hay otras cosas que son demasiado siniestras, o traumáticas o dolorosas que no se pueden elaborar.
De hecho, en Animales luminosos mi personaje no tiene memoria, no elabora, no recuerda el pasado y no quiere hablar del pasado.
“Hablo de Perú, que es lo que conozco.
El peruano no se puede ver al espejo y decir ‘esto soy yo completamente.
Ve un lado de sí, el que le conviene.
El que suele ser el lado blanco.
En la sociedad peruana, hay estas dos improntas clarísimas.
La occidental y la indígena, por una economía colonial que empezó desde que España fundó el virreinato y puso dos repúblicas: la de blancos y la de indios, eso ha generado una enfermedad desde siglos internalizada por todos nosotros al punto de ya no poder vernos.
La gente cuando se ve al espejo, ve qué de blanco tiene.
No reconoce el lado indígena.
Cuando una psique está funda sobre esos elementos, es bien difícil ir completo a cualquier lado.
La impresión que tengo yo es que con la literatura estoy tratando de darle un valor a ese lado que, de manera personal, recibí en mi casa como eso de lo que no debemos hablar”.
Para el autor, “hay un mapa muy completo de América Latina y para los latinoamericanos, leerse es absolutamente enriquecedor, uno se puede dar una comilona en literatura latinoamericana y vivir feliz en una isla desierta por la complejidad de cómo el Cono Sur elabora sus desaparecidos, cómo los mexicanos elaboran los feminicidios, cómo el Perú elabora el asunto racial.
Todos nos estamos haciendo cargo de los traumas de nuestros países y un poquito eso lo he mirado de manera más pop, en Animales luminosos, esas heridas que todos traemos de nuestras casas, nuestros países y que confrontamos”.