Historia de Valor en el Barrio del Pacífico

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Por: Oscar A.
Viramontes Olivas

En la casa de doña Petrita Ramos (que en paz descanse) en el populoso barrio del Pacífico al sur de la ciudad de Chihuahua, tuvimos la oportunidad de platicar con su hija Felipa, una dulce persona de la tercera edad en una tarde de sábado, cuando estaba tejiendo a mano un pequeño mantelito para el tocador, pues últimamente aparte de realizar sus habituales oraciones vespertinas, también se dedica a coser, tejer, bordar, pues “Tiempo es el que me sobra –comenta Felipa- después de haber trabajado durante más de 70 años de mi vida y tener la nada despreciable edad de 80 años, hoy lo que más disfruto es mi tiempo libre”.

En ese momento llegó uno de sus “nietos” y comenta ella: “Digo nietos entre comillas, porque yo nunca me casé, no tuve hijos, pero como dice el dicho: “A quien no le dan hijos, el diablo le da sobrinos” y es precisamente de una sobrina a la que crié como si fuera mi hija y que actualmente vive conmigo y me acompaña, la que me dio esos tres “nietos” hermosos.
El caso es que llegó a mí una de esas personitas con las que comparto mi vida, presuroso, agitado, cuaderno y lápiz en mano y me preguntó: “¡Abuelita! ¿estás ocupada?” -Desde luego que no le respondí, ¿qué se te ofrece? -comenta la doña-, “Pues mira abuelita –expresa Pepito, el “nieto”- me dejaron en la clase de español que hiciera un cuento o relato, y pensé que tal vez podrías contarme alguna de las “charras” que te inventas de repente, ¿cómo ves?”.

“¿Charras? – preguntó Felipita- ningunas “charras”, todo lo que te he dicho alguna vez es verdad, lo viví y conocí hace mucho tiempo, lo viví de verdad”, por lo que Pepito le responde: “Entonces qué abuelita, ¿me ayudas?” replicó- “¡Claro! –le dije- ¿Cómo que quieres saber?”, “Pues déjame ver abuelita, platícame sobre la llorona”.
¿Pero ya lo hice el año pasado? –respondió ella-, pero… ¿Qué tal sobre mi bisabuela?” –preguntó levantando las cejas y abriendo sus ojos.
“¿Sobre mi abuelita?, anda ¿qué de interesante pudiera tener el contarte sobre ella?”; -“¡Pues mucho abuela!, no ves que tú me has hablado bastante de ella y de seguro pasó por muchas experiencias en su existencia ya que según tú, le tocó nacer durante la revolución, y todo lo que ha pasado en este siglo y, creo que a mi maestra le interesará, pues si le llevo el trabajo como cuento, seguro le va a gustar” – me respondió con alegría-“Anda pues, siéntate y escucha.
Ella nació casi con el siglo, un 17 de diciembre de 1900 en el preludio de la revolución en un pueblo cercano a Chihuahua capital, en Aldama específicamente”.

“Supe por una tía abuela que el día de la boda de mis abuelos, mi abuela –quién se llamaba Petrita- se encontraba sentada en la cama de su alcoba y curiosamente ese día habían entrado los “revolucionarios” en Aldama (1915) y había en la calle una balacera, el caso es que entró por la ventana de la recámara una bala perdida y esta se incrustó en medio de la cama de mi abuelita cuando estaba esperando ilusionada ser llevada al altar y casarse con mi abuelo José; luego del susto y concluida la trifulca, ambos fueron y dieron el sí ante Dios y la sociedad.
¿Cómo ves? Aún en tiempos difíciles siempre predomina el amor y el cariño entre las personas”.

“Mi abuelo y yo quedamos solos, pues mi abuela se había ido a esperarnos al cielo, no me acuerdo bien de ella, pero conservo su bello rostro en una foto que se tomó al lado su esposo el día de su boda; mi abuelo al quedarse sólo, dejó el arado de lado y se dedicó a comerciar con mercancía en las rancherías entre Aldama y Falomir, lugar en el que, junto con otro amigo, instaló una vinata que se llamaba “El mezquital”, a lo lejos, se divisaba el “Puerto de Gómez”.
Para llegar a ella, atravesábamos la sierra de “El Morrión”, y “La Tasajera” por la estación de San Sostenes que estaba completamente destruida, allí, fabricaban sotol que luego vendían en el pueblo y en los ranchos o incluso, lo traían aquí a Chihuahua; también, compraba mercancía al mayoreo en la ciudad en “La Casa Méndez” e iba y la vendía en Aldama y en las rancherías cercanas”.

“Recuerdo que siempre acompañé en sus viajes a mi papá, nunca me separé de él, ni, aunque anduviera en sus negocios, siempre viajábamos juntos.
Se transportaban en un carro de seis mulas, de aquellos que tenían un armazón de fierro y se cubrían con una lona como los del viejo oeste, eran muy unidos.
Para llegar al rancho donde estaba la vinata, hacían hasta una semana de camino desde Aldama hasta ese lugar y, cuando llegaban a ella, ayudaba en el quehacer, pues desde niñas nos habían enseñado a trabajar y ayudar en casa y pese a mi corta edad, acarreaba agua y nada más pude sostener la mano del metate y molía el nixtamal para las tortillas”.

“En una ocasión, cuando mi abuela y abuelo viajaban, recuerdo como en un sueño a los “revolucionarios” que se encontraban en el camino, ellos pedían un taco, frijoles o una garrafa de sotol.
Mi abuelo siempre les daba comida, un poco de mercancía o lo que nos pedían, nunca lo amenazaron o se lo quitaron a la fuerza, él, como parte del pueblo que luchaba por sus ideales, ayudaba con lo que podía a la causa.
Por ello, un día al venir a Chihuahua, los militares lo detuvieron bajo las acusaciones de que era “villista”; yo, tendría unos 6 o 7 años, y esa vez venían los dos, el caso es que los llevaron al cuartel de rurales, y con todo y carro de mulas y de pilón mí abuela, se los llevaron a un corralón inmenso, creo para escuchar que los inculpaban de ayudar a los revolucionarios y hasta supe cuando le formaron cuadro para que lo fusilaran, pero como ya era tarde y ellos habían estado todo el día ahí, mi abuela comenzó a llorar sin parar, asustada por no ver a mi abuelo y de ver pura gente desconocida.

No sé si fueron mis chillidos o las explicaciones de mí abuelo o más bien la voluntad de Dios, pero el caso es que no lo fusilaron.
Ese día habría de marcar la vida de mi abuelo, pues posteriormente enfermaría del corazón y fue esto lo que lo preocupaba, pues en cuatro años había hecho mi abuela la primaria en la escuela “Modelo” aquí en el Pacífico que estaría frente a la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús.
Me apuraba tanto que él mismo me enseñara a leer y escribir, a sumar y restar, me enseñaba historia de México y otras cosas que él sabía y por esto me pasaban de año hasta que terminé.
Era como si tuviera una gran prisa para que mi abuela terminara la escuela; siempre le ayudó y la impulsó para que estudiara; para que estuviera cultivada y aprendiera todo lo que su poca o mucha inteligencia aceptara y a pesar de esa época, era tan difícil en lo económico, político y social, además que entonces se estilaba que una mujer era muy difícil que pudiera instruirse en la escuela, pero sí en las tareas del hogar y crianza de los hijos, pero él, quería que mi abuela fuera diferente, alguien con escuela que llegara a ser una profesionista.

Por ello decidió venir a Chihuahua, para esto, se había casado con mi bisabuelo con Petrita Méndez Saavedra, cuñada del general villista Miguel Saavedra y justo cuando cursaba mi abuela el segundo año de secundaria en la escuela Normal nocturna que, estaba en la calle Victoria donde ahora está el restaurante “Casa de los Milagros” se quedó sola en el mundo, pues mi abuelo sufriría un infarto al corazón y moriría fulminado.
Al quedar huérfana dos de sus tías, se hicieron cargo de ella y vendiendo todo lo que tenían, casa, animales y otras cosas con el fin de llegar a vivir en definitiva en Chihuahua y sobre todo que, mi abuela siguiera estudiando en 1927.

Empezó a trabajar y a estudiar, su primer empleo fue en un estudio fotográfico llamado “El Gran lente” que estaba en la Calle 11ª y Libertad, pero ella siempre tuvo el gusanito de ser maestra.
Al terminar sus estudios, empezó a trabajar y estudiar al mismo tiempo, logrando titularse como profesora de educación primaria y como educadora.
Cuando al fin terminó sus estudios, estuvo trabajando en el medio rural, primero en el rancho “El Cañón del Burro 2”, luego en la sección municipal del Chuvíscar y posteriormente en el ejido Labor de Terrazas, todos estos lugares cercanos a la ciudad de Chihuahua, donde tuvo la fortuna de fundar algunas escuelas y posteriormente la mandaron de vuelta a la a ciudad, donde trabajó como profesora de kínder y de primaria como en la Escuela 218 de nombre “Pascual Orozco”; en la escuela primaria del Parque Infantil en el jardín “Guadalupe Victoria”; también llegó a ser directora dando clases en el Instituto de Capacitación para Maestros; en la Secundaria 8 y 5 y en la Normal de Estado y aun a pesar de su edad (30 años) de haberse jubilado, siguió dando clases de regularización.
De esta manera, la abuelita de Pepito terminaba su relato y el niño sorprendido escribió su tarea, sacándose un diez con este hermoso relato de su adorada abuelita Felipa.

Historia de Valor en el Barrio del Pacífico, forma parte de los Archivos Perdidos de las Crónicas Urbanas de Chihuahua.
Si usted desea adquirir los libros sobre Crónicas Urbanas de Chihuahua, del tomo I al XIII, en Librería Kosmos (Josué Neri Santos No.
111) o mande un Whatsapp al cel.
614 148 85 03.

Fuentes de Investigación:

Entrevista con Felipa Ramos de Sánchez.
Barrio del Pacífico.

Por: Oscar A.
Viramontes Olivas

En la casa de doña Petrita Ramos (que en paz descanse) en el populoso barrio del Pacífico al sur de la ciudad de Chihuahua, tuvimos la oportunidad de platicar con su hija Felipa, una dulce persona de la tercera edad en una tarde de sábado, cuando estaba tejiendo a mano un pequeño mantelito para el tocador, pues últimamente aparte de realizar sus habituales oraciones vespertinas, también se dedica a coser, tejer, bordar, pues “Tiempo es el que me sobra –comenta Felipa- después de haber trabajado durante más de 70 años de mi vida y tener la nada despreciable edad de 80 años, hoy lo que más disfruto es mi tiempo libre”.

En ese momento llegó uno de sus “nietos” y comenta ella: “Digo nietos entre comillas, porque yo nunca me casé, no tuve hijos, pero como dice el dicho: “A quien no le dan hijos, el diablo le da sobrinos” y es precisamente de una sobrina a la que crié como si fuera mi hija y que actualmente vive conmigo y me acompaña, la que me dio esos tres “nietos” hermosos.
El caso es que llegó a mí una de esas personitas con las que comparto mi vida, presuroso, agitado, cuaderno y lápiz en mano y me preguntó: “¡Abuelita! ¿estás ocupada?” -Desde luego que no le respondí, ¿qué se te ofrece? -comenta la doña-, “Pues mira abuelita –expresa Pepito, el “nieto”- me dejaron en la clase de español que hiciera un cuento o relato, y pensé que tal vez podrías contarme alguna de las “charras” que te inventas de repente, ¿cómo ves?”.

“¿Charras? – preguntó Felipita- ningunas “charras”, todo lo que te he dicho alguna vez es verdad, lo viví y conocí hace mucho tiempo, lo viví de verdad”, por lo que Pepito le responde: “Entonces qué abuelita, ¿me ayudas?” replicó- “¡Claro! –le dije- ¿Cómo que quieres saber?”, “Pues déjame ver abuelita, platícame sobre la llorona”.
¿Pero ya lo hice el año pasado? –respondió ella-, pero… ¿Qué tal sobre mi bisabuela?” –preguntó levantando las cejas y abriendo sus ojos.
“¿Sobre mi abuelita?, anda ¿qué de interesante pudiera tener el contarte sobre ella?”; -“¡Pues mucho abuela!, no ves que tú me has hablado bastante de ella y de seguro pasó por muchas experiencias en su existencia ya que según tú, le tocó nacer durante la revolución, y todo lo que ha pasado en este siglo y, creo que a mi maestra le interesará, pues si le llevo el trabajo como cuento, seguro le va a gustar” – me respondió con alegría-“Anda pues, siéntate y escucha.
Ella nació casi con el siglo, un 17 de diciembre de 1900 en el preludio de la revolución en un pueblo cercano a Chihuahua capital, en Aldama específicamente”.

“Supe por una tía abuela que el día de la boda de mis abuelos, mi abuela –quién se llamaba Petrita- se encontraba sentada en la cama de su alcoba y curiosamente ese día habían entrado los “revolucionarios” en Aldama (1915) y había en la calle una balacera, el caso es que entró por la ventana de la recámara una bala perdida y esta se incrustó en medio de la cama de mi abuelita cuando estaba esperando ilusionada ser llevada al altar y casarse con mi abuelo José; luego del susto y concluida la trifulca, ambos fueron y dieron el sí ante Dios y la sociedad.
¿Cómo ves? Aún en tiempos difíciles siempre predomina el amor y el cariño entre las personas”.

“Mi abuelo y yo quedamos solos, pues mi abuela se había ido a esperarnos al cielo, no me acuerdo bien de ella, pero conservo su bello rostro en una foto que se tomó al lado su esposo el día de su boda; mi abuelo al quedarse sólo, dejó el arado de lado y se dedicó a comerciar con mercancía en las rancherías entre Aldama y Falomir, lugar en el que, junto con otro amigo, instaló una vinata que se llamaba “El mezquital”, a lo lejos, se divisaba el “Puerto de Gómez”.
Para llegar a ella, atravesábamos la sierra de “El Morrión”, y “La Tasajera” por la estación de San Sostenes que estaba completamente destruida, allí, fabricaban sotol que luego vendían en el pueblo y en los ranchos o incluso, lo traían aquí a Chihuahua; también, compraba mercancía al mayoreo en la ciudad en “La Casa Méndez” e iba y la vendía en Aldama y en las rancherías cercanas”.

“Recuerdo que siempre acompañé en sus viajes a mi papá, nunca me separé de él, ni, aunque anduviera en sus negocios, siempre viajábamos juntos.
Se transportaban en un carro de seis mulas, de aquellos que tenían un armazón de fierro y se cubrían con una lona como los del viejo oeste, eran muy unidos.
Para llegar al rancho donde estaba la vinata, hacían hasta una semana de camino desde Aldama hasta ese lugar y, cuando llegaban a ella, ayudaba en el quehacer, pues desde niñas nos habían enseñado a trabajar y ayudar en casa y pese a mi corta edad, acarreaba agua y nada más pude sostener la mano del metate y molía el nixtamal para las tortillas”.

“En una ocasión, cuando mi abuela y abuelo viajaban, recuerdo como en un sueño a los “revolucionarios” que se encontraban en el camino, ellos pedían un taco, frijoles o una garrafa de sotol.
Mi abuelo siempre les daba comida, un poco de mercancía o lo que nos pedían, nunca lo amenazaron o se lo quitaron a la fuerza, él, como parte del pueblo que luchaba por sus ideales, ayudaba con lo que podía a la causa.
Por ello, un día al venir a Chihuahua, los militares lo detuvieron bajo las acusaciones de que era “villista”; yo, tendría unos 6 o 7 años, y esa vez venían los dos, el caso es que los llevaron al cuartel de rurales, y con todo y carro de mulas y de pilón mí abuela, se los llevaron a un corralón inmenso, creo para escuchar que los inculpaban de ayudar a los revolucionarios y hasta supe cuando le formaron cuadro para que lo fusilaran, pero como ya era tarde y ellos habían estado todo el día ahí, mi abuela comenzó a llorar sin parar, asustada por no ver a mi abuelo y de ver pura gente desconocida.

No sé si fueron mis chillidos o las explicaciones de mí abuelo o más bien la voluntad de Dios, pero el caso es que no lo fusilaron.
Ese día habría de marcar la vida de mi abuelo, pues posteriormente enfermaría del corazón y fue esto lo que lo preocupaba, pues en cuatro años había hecho mi abuela la primaria en la escuela “Modelo” aquí en el Pacífico que estaría frente a la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús.
Me apuraba tanto que él mismo me enseñara a leer y escribir, a sumar y restar, me enseñaba historia de México y otras cosas que él sabía y por esto me pasaban de año hasta que terminé.
Era como si tuviera una gran prisa para que mi abuela terminara la escuela; siempre le ayudó y la impulsó para que estudiara; para que estuviera cultivada y aprendiera todo lo que su poca o mucha inteligencia aceptara y a pesar de esa época, era tan difícil en lo económico, político y social, además que entonces se estilaba que una mujer era muy difícil que pudiera instruirse en la escuela, pero sí en las tareas del hogar y crianza de los hijos, pero él, quería que mi abuela fuera diferente, alguien con escuela que llegara a ser una profesionista.

Por ello decidió venir a Chihuahua, para esto, se había casado con mi bisabuelo con Petrita Méndez Saavedra, cuñada del general villista Miguel Saavedra y justo cuando cursaba mi abuela el segundo año de secundaria en la escuela Normal nocturna que, estaba en la calle Victoria donde ahora está el restaurante “Casa de los Milagros” se quedó sola en el mundo, pues mi abuelo sufriría un infarto al corazón y moriría fulminado.
Al quedar huérfana dos de sus tías, se hicieron cargo de ella y vendiendo todo lo que tenían, casa, animales y otras cosas con el fin de llegar a vivir en definitiva en Chihuahua y sobre todo que, mi abuela siguiera estudiando en 1927.

Empezó a trabajar y a estudiar, su primer empleo fue en un estudio fotográfico llamado “El Gran lente” que estaba en la Calle 11ª y Libertad, pero ella siempre tuvo el gusanito de ser maestra.
Al terminar sus estudios, empezó a trabajar y estudiar al mismo tiempo, logrando titularse como profesora de educación primaria y como educadora.
Cuando al fin terminó sus estudios, estuvo trabajando en el medio rural, primero en el rancho “El Cañón del Burro 2”, luego en la sección municipal del Chuvíscar y posteriormente en el ejido Labor de Terrazas, todos estos lugares cercanos a la ciudad de Chihuahua, donde tuvo la fortuna de fundar algunas escuelas y posteriormente la mandaron de vuelta a la a ciudad, donde trabajó como profesora de kínder y de primaria como en la Escuela 218 de nombre “Pascual Orozco”; en la escuela primaria del Parque Infantil en el jardín “Guadalupe Victoria”; también llegó a ser directora dando clases en el Instituto de Capacitación para Maestros; en la Secundaria 8 y 5 y en la Normal de Estado y aun a pesar de su edad (30 años) de haberse jubilado, siguió dando clases de regularización.
De esta manera, la abuelita de Pepito terminaba su relato y el niño sorprendido escribió su tarea, sacándose un diez con este hermoso relato de su adorada abuelita Felipa.

Historia de Valor en el Barrio del Pacífico, forma parte de los Archivos Perdidos de las Crónicas Urbanas de Chihuahua.
Si usted desea adquirir los libros sobre Crónicas Urbanas de Chihuahua, del tomo I al XIII, en Librería Kosmos (Josué Neri Santos No.
111) o mande un Whatsapp al cel.
614 148 85 03.

Fuentes de Investigación:

Entrevista con Felipa Ramos de Sánchez.
Barrio del Pacífico.

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