Hechos y criterios | Claudicación

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Raúl Sánchez Küchle

Nuestra vida se torna a veces difícil y nos enfrentamos a situaciones que nos ponen a prueba.
Hay tentaciones de distintos tipos que nos atosigan y, sabiendo que las podemos y debemos rechazar, caemos en ellas, a pesar de que nuestra manera de ser y pensar, nuestros principios, ideales y convicciones nos mueven a ese rechazo, y claudicamos.

Claudicar es perder fuerza, vacilar ante un contrario y acabar cediendo ante él, es dejar de oponerse a algo.
El término procede del latín claudicare –préstamo del siglo XVII-, propiamente cojear, también decaer, vacilar, perder fuerza o firmeza.
Este verbo se deriva del adjetivo claudus, cojo, vacilante al andar.
Su significado evolucionó del etimológico “cojear” a “faltar a sus deberes o a sus principios”, por comparación entre la manera irregular de caminar de un cojo con la de obrar defectuosa o desarregladamente.

Claudicamos, cedemos, vacilamos, cuando dejamos que el temor, el respeto humano, el qué dirán o pensarán los demás, hacen que brinquemos sobre nuestras convicciones.
Claudicamos cuando alguien nos pide realizar alguna cosa que se opone a nuestros principios, y pensamos que eso, sobre todo si es algo pequeño, no nos afecta y cedemos.
Claudicamos cuando queremos ganar el mundo, el favor de la gente y mentimos o distorsionamos las cosas.
Claudicamos cuando queremos salvar nuestra vida o nuestras posesiones a costa de lo que creemos.

El claudicar implica en no pocos casos el darse por vencido ante los demás por un temor a veces infundado, ante una tentación, ante una sugerencia de efectuar algo contrario a lo que pensamos, un comprometerse en algo que afecta a nuestros principios.
Y el claudicar puede modificar nuestro modo de mirar nuestras relaciones con los demás y con Dios, tomar un camino equivocado e incluso caer en actos de corrupción.

En la Biblia claudicar representa tanto la debilidad humana, que es una realidad, como los efectos del pecado.
Nos inspira a resistir el pecado para evitar claudicar (cfr.
1 Re 18,21).

El no claudicar en diversas situaciones suele ser considerado como algo positivo, ya que revela la perseverancia y el tesón de una persona.

José Fernandes de Oliveira, SCJ, escritor y músico brasileño, conocido como Padre Zezinho, es autor de una canción en que pide no claudicar: “No dejes que claudique mi Señor al ver lo que este mundo se volvió… Muchos dicen que así es la vida, que la guerra no va a ser vencida, que la historia no puede cambiar, yo que quiero vivir tu verdad, te suplico con toda humildad, no me dejes, Señor, claudicar”.
¿Lo ven?

Raúl Sánchez Küchle

Nuestra vida se torna a veces difícil y nos enfrentamos a situaciones que nos ponen a prueba.
Hay tentaciones de distintos tipos que nos atosigan y, sabiendo que las podemos y debemos rechazar, caemos en ellas, a pesar de que nuestra manera de ser y pensar, nuestros principios, ideales y convicciones nos mueven a ese rechazo, y claudicamos.

Claudicar es perder fuerza, vacilar ante un contrario y acabar cediendo ante él, es dejar de oponerse a algo.
El término procede del latín claudicare –préstamo del siglo XVII-, propiamente cojear, también decaer, vacilar, perder fuerza o firmeza.
Este verbo se deriva del adjetivo claudus, cojo, vacilante al andar.
Su significado evolucionó del etimológico “cojear” a “faltar a sus deberes o a sus principios”, por comparación entre la manera irregular de caminar de un cojo con la de obrar defectuosa o desarregladamente.

Claudicamos, cedemos, vacilamos, cuando dejamos que el temor, el respeto humano, el qué dirán o pensarán los demás, hacen que brinquemos sobre nuestras convicciones.
Claudicamos cuando alguien nos pide realizar alguna cosa que se opone a nuestros principios, y pensamos que eso, sobre todo si es algo pequeño, no nos afecta y cedemos.
Claudicamos cuando queremos ganar el mundo, el favor de la gente y mentimos o distorsionamos las cosas.
Claudicamos cuando queremos salvar nuestra vida o nuestras posesiones a costa de lo que creemos.

El claudicar implica en no pocos casos el darse por vencido ante los demás por un temor a veces infundado, ante una tentación, ante una sugerencia de efectuar algo contrario a lo que pensamos, un comprometerse en algo que afecta a nuestros principios.
Y el claudicar puede modificar nuestro modo de mirar nuestras relaciones con los demás y con Dios, tomar un camino equivocado e incluso caer en actos de corrupción.

En la Biblia claudicar representa tanto la debilidad humana, que es una realidad, como los efectos del pecado.
Nos inspira a resistir el pecado para evitar claudicar (cfr.
1 Re 18,21).

El no claudicar en diversas situaciones suele ser considerado como algo positivo, ya que revela la perseverancia y el tesón de una persona.

José Fernandes de Oliveira, SCJ, escritor y músico brasileño, conocido como Padre Zezinho, es autor de una canción en que pide no claudicar: “No dejes que claudique mi Señor al ver lo que este mundo se volvió… Muchos dicen que así es la vida, que la guerra no va a ser vencida, que la historia no puede cambiar, yo que quiero vivir tu verdad, te suplico con toda humildad, no me dejes, Señor, claudicar”.
¿Lo ven?

Osvaldo

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