Fe absoluta en el futuro

Acepté sin pensármelo demasiado esta invitación a participar en el proyecto “mujeres por derecho” porque considero importante dejar un testimonio, sobre todo para quienes vienen después, de cómo las mujeres hemos ido poco a poco acortando la brecha de género, …

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Acepté sin pensármelo demasiado esta invitación a participar en el proyecto “mujeres por derecho” porque considero importante dejar un testimonio, sobre todo para quienes vienen después, de cómo las mujeres hemos ido poco a poco acortando la brecha de género, también, en el mundo del derecho.

Me gustaría comenzar por rendir un homenaje a algunas de las auténticas pioneras.
A mujeres como Concepción Arenal, Clara Campoamor, Simone Veil o Ruth Baden Ginsgurb que han sido y son referentes en mi carrera y sin cuyo ejemplo habría sido mucho más difícil transitar el camino diario de la lucha por la igualdad.

Siempre he trabajado vinculada al sector de la cultura a través de mi especialización, primero, en derechos de propiedad intelectual y, progresivamente, en otras áreas vinculadas a lo que se llaman “derechos de la cultura” y que tienen que ver con áreas tan variadas como el mecenazgo, la contratación laboral de artistas, la gestión cultural o la lucha contra la piratería de contenidos culturales.

A menudo se tiene una visión del sector cultural como un entorno más tolerante y permeable a los cambios sociales, más “avanzado” en la aceptación de las diferencias y “arriate” de la apertura de la sociedad.
Pero lo cierto es que, en el día a día del contexto profesional, la realidad no es tan diferente a la de otros sectores.
Lo cual por otro lado no debe sorprendernos puesto que la cultura es reflejo de la sociedad.
Es ese espejo en el que nos miramos y -precisamente- la imagen que nos devuelve constituye la espoleta que nos permite ver más allá de nosotros mismos, ser críticos y, así, avanzar como colectivo y como individuos.
Por lo tanto, la discriminación, la falta de oportunidades para las mujeres y los techos de cristal también se han dado y se siguen dando en el sector cultural.

Y así, en el mundo de los derechos de autor en el que yo empecé mi carrera la experiencia no era muy diferente a la que otras colegas vivían en áreas que, podríamos llamar más “tradicionales”, como el derecho mercantil, el civil o el penal.
Se trataba, al igual que en éstos, de un mundo absolutamente controlado y dirigido por hombres, en el que las mujeres se contaban con los dedos de una mano y desde luego ninguna en puestos de responsabilidad.

Pero era el final de los años 90 y las cosas estaban cambiando, y mucho…

Pertenezco a una generación que ha vivido y sido testigo de la incorporación masiva al mundo laboral de las mujeres en áreas hasta entonces prácticamente vedadas para ellas como el derecho, la economía, la medicina, la ciencia o la empresa.
En la facultad de derecho éramos tantas chicas como chicos y todas, al terminar, nos incorporamos al igual que nuestros colegas hombres al mundo laboral.
Si miro a la evolución de nuestras carreras con 25 años de perspectiva, desde luego el resultado es impresionante comparado con la generación de nuestras madres, que fueron a la Universidad (las que pudieron hacerlo) en los años 60 y 71 del siglo XX.

Pero con iguales capacidades e incluso mejores expedientes académicos las mujeres de mi generación hemos seguido teniéndolo más difícil que nuestros colegas de profesión.
Cuando echo la vista atrás a los compañeros y compañeras de facultad, ellas se han quedado más atrás en el camino que ellos.
Han renunciado más.
Por supuesto que muchas han desarrollado brillantes carreras profesionales hasta el día de hoy, pero somos menos que ellos en cantidad y demasiado a menudo con mayor coste personal.

Creo que el reto que nos ha tocado vivir a nosotras ha sido el de la conciliación laboral y familiar.
Conseguir ser madres, crear y cuidar una familia, si esa era nuestra opción, sin que eso nos pasase factura en nuestra carrera profesional.
Cuando yo tuve a mis hijos (hoy 19 y 17 años) la baja de maternidad de la madre duraba 4 meses y la del padre 4 días.
Afortunadamente la legislación ha avanzado mucho en estos últimos 15 años y los permisos de paternidad y maternidad se han equiparado.
Esto por ejemplo era algo que reclamábamos constantemente las colegas de mi edad en aquellos años y se consiguió.

Desde luego que el balance es sin duda positivo porque vivimos una situación de igualdad mayor que la que vivieron nuestras madres y nuestras abuelas.
Soy una absoluta convencida de lo importante que es perseverar, no dejarse abatir, y hacerlo de manera individual y colectiva.
Asimismo, esto que ahora llamamos “sororidad” es absolutamente esencial y necesario para no flaquear y conseguir, al final del camino, cambiar las mentes, de hombres y de mujeres, permitiéndonos así avanzar hacia una sociedad más igualitaria, que reconozca y respete más y mejor la diferencia.

Hemos recorrido mucho camino y avanzado mucho en estas últimas décadas, lo constato con mi propia experiencia y la de mis amigas juristas de mi generación.

También tengo absoluta fe en el futuro.
Lo veo con las jóvenes que vienen y también con la mayoría de ellos, educados en otras realidades y otras maneras de vivir las relaciones y los afectos.

Pero para tener fe hay que ganar pequeñas batallas todos los días, preservar la fuerza de voluntad, confiar en una misma cada día, valorarse, tener amigas y compañeras de trabajo con las que compartir y en las que apoyarse.
Y, por supuesto, también amigos, compañeros de vida y de trabajo con los que tejer complicidades, respeto, afectos.
Porque alcanzar la igualdad de género es cosa de todos, es bueno para la sociedad y por lo tanto debe implicarnos a todas y a todos por igual.

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