A propósito de la publicación de “Xajays”, su nuevo libro, el escritor habla de poesía, muerte y toros.
El trabajo de Antonio Calera-Grobet (Ciudad de México, 1974) tiene distintas rutas, pero todas coinciden en un punto: el encuentro y el diálogo. Hace veinte años fundó un lugar de referencia obligada en el Centro Histórico, la Hostería La Bota, hace unos pocos meses inició una nueva aventura culinaria ahora en la colonia Narvarte, el Menina Mesón, sitio que apenas en unos meses apunta a convertirse en un clásico de la zona.
En paralelo a su faceta gastronómica, Calera-Grobet es un poeta con quince títulos publicados, el más reciente de ellos es Xajays (Ediciones Periféricas), mismo que plantea un diálogo con los temas que lo obsesionan, la mayoría vinculados con expresiones populares de la cultura y la condición humana.
¿Los poemas incluidos en Xajays fueron escritos para el libro o corresponden a distintos periodos?
Ateniéndonos meramente a la creación del libro, habrá que decir que son poemas que tienen su génesis en la pandemia, en donde tuve la oportunidad de ver cine, de leer con más ritmo, y de escribir copiosamente. Hice tres libros, este es uno de ellos y está pensado como una cosa compacta y homogénea.
¿Cómo entiendes el momento o el acto poéticos?
El poema es un conglomerado hecho a manera de artificio, por alguien que quiere comunicar algo. Este conglomerado tendrá que ver con cualquier cantidad de vivencias, es justo pensar que la literatura no va de otra cosa más que del vivir y luego relatarlo. La vivencia tiene que ver con una cantidad de percepciones de estampas que nos regala la vida cotidiana. Tiene que ver con el pasado, pero también con la esperanza de un futuro, con la sensación de amor – desamor por la que estemos pasando- y también por la angustia y felicidad. Si está bien parapetado, bien armado ese conglomerado, tendrá que ser periscópico, completo, universal. Decía Miguel de Unamuno en Niebla, que el ser particular no es una cosa egoísta, ser singular también es universal, entonces, si todo sale bien y profundizo en esa percepción voy a tocar al otro.
En uno de los poemas escribes: “la poesía se cuenta sola”, ¿es así?
Sí, ateniéndonos a un concepto de poesía un tanto más abierto. El poema viene de la realidad, pasa por la mente de un creador, pero regresa a ella y tendrá que ser reconocida por todos como algo que les interesa saber, ahí sí que se cuenta sola.
El poemario tiene algo de provocador o subversivo incluso desde el título. Xajays es un pueblo otomí pero también es una ganadería de toros, disciplina muy cuestionada.
Como acabo de decir, el poema se leerá así mismo, como una cosa igual a nosotros, si está bien hecho. Pareciera una contradicción que yo no vislumbrara, que sería con naturalidad que se diera esa comunicación. Entre tanto desorden informativo, el poema, en un sentido abierto está obligado a decir: “aquí estoy, esto es lo que quiero decirte”. Creo que la subversión tiene que ver con esto.
¿Pero piensas en la reacción al poema?
Creo que sí, pero también cualquiera cosa que considere una obra debió haber sido pensada como una puya; es una forma de soliviantar, de picar, poner el dedo en la herida. En su forma de decir las cosas busca crear un pensamiento crítico, entre más explosivo sea, más podrá enternecer o conmover.
El libro tiene un sentido taurino, ¿cómo vives ahora la cancelación de las corridas?
De un tiempo para acá hemos cercenado lo que nos fue dado como tradición, cultura popular, incluso hasta las microhistorias. Vivimos una especia de tabula rasa, a muchos derechos a placer. Las constituciones, cuando no comprenden algo, tachan este tipo de manifestaciones, las niegan y las prohíben para no dialogar con ellas. Es más fácil negar estrambótico, excéntrico o atómico que intentar estudiarlo. Muchas de esas cancelaciones tienen que ver con el prejuicio y con una forma en la que no fuimos hechos. Cuando se cercena así, se corta el espíritu de un pueblo, es un acto de asesinato cultural bastante grave. En el caso de los toros, nuestro pueblo, pero también otros en el continente y también en Europa, han tenido a esta manifestación cultural como algo absolutamente contundente, profundo en sus rostros, en su cosa idiosincrática, en el perfil, en su silueta.
¿No le parece una disciplina cruel?
Sí, por supuesto, pero la vida es cruel. El toro de lidia no existiría si no se le cría, se cría para eso, es un animal que durante cuatro o cinco años está alimentado de la mejor manera y que al menos, a diferencia de muchos de nosotros, tiene la oportunidad un día de defender su vida. Por otro lado, la belleza de fiesta no radica en infringirle daño al animal. Hay gente torista que busca lo contrario y defiende al animal sobre la ineptitud, negligencia del matador. Tiene que ver con el argot, la música, el folclore, no es una cosa de clown, está imbricado en la cultura de un pueblo.
El poema “El Mensajero”, tiene algo de autorreferencial, ¿tienes la imagen del poeta como una especie de mensajero de su época?
Sí, por lo menos pensando que está consciente de su ser social y que piensa que fue dispuesto a decir algo. No creo que sea particularmente importante, o digamos, no más que un albañil o un tendero, pero sí creo que en la manera en la que ha vinculado su quehacer poético a la comunidad, sí es un portavoz. Decía (Fernando) Savater que también podía ser un educador, y así lo creo, considero que sería el mismo caso de un periodista o un cineasta, nos dedicamos al mismo proceso creativo, que es la intención, por todas las maneras posibles, de dar eso a conocer aquello que se ha perdido de vista.
En tu caso, llevas eso más allá de un libro. Organizas lecturas o festivales en comunidades.
El escritor no está obligado a tener ninguna participación social, entendemos que será su derecho y también su obligación para conectarse con su gente, escribir bien. En mi caso no puedo disociar el hecho de escribir de una actividad social. Esto no debe afectar la obra, ya no queremos más arte comprometido, panfletario, cargado de ideología, pero no veo por qué no pensar en una literatura de orden social donde el poeta también se va a desmembrar, a brindar a su entorno social, como una responsabilidad cívica.
¿Cómo te cuidas de no caer en la militancia en tiempos como estos, donde no hay términos medios?
Es muy sencillo, tú como escritor o ciudadano te puedes conectar con otro sin necesidad de evaluarlo. Hay preguntas más elementales: ¿qué te gusta?, ¿qué nos gusta juntos? ¿Podemos jugar? ¿Es posible que todavía nos podamos contar y ayudarnos a lamernos las heridas, ser una mancuerna que se ayude a soportar el destino?
¿Cómo son tus lectores, piensas en ellos?
Sí claro, lo que me topo con frecuencia y para mí es motivo de conmoción es que ese otro que me leyó pudo, por alguna capacidad de ambos, haber conectado con una cierta electricidad de la obra dada, la ha leído bien y, generalmente lo digo sin petulancia, me ven con gusto y agradecimiento, y yo en el acto, al toque, no tengo más que humillarme y decir que no fue mérito mío, sino también de su forma de encontrarnos a la mitad del puente y yo lo agradezco. Eso es lo más hermoso que he vivido y por lo que sigo escribiendo. Por la manera en que suelo distribuir mis libros y la forma en la que acostumbro a participar de la plaza pública, me he topado gente de muchas comunidades en la calle, no en bibliotecas, no en presentaciones, no a partir de una nota que se haya publicado sobre mí, sino ahí con el libro en la calle, eso lo vuelve aún más iluminador para mí.
Dedicas un poema a Raúl Zurita, ¿qué relación tienes con él?
Es mi maestro, además agradezco su amistad, es una figura tutelar, me caló profundamente, como también sucedió con Juan Gelman y como sucede con Eduardo Milán. Me enseñaron a ver a través del horror, cómo se podría escribir después de tanto dolor, sobre todo porque atendieron con mucho corazón a mí y a otros pares. Me lo enseñaron siempre con amor, afecto, son estructuras estructurantes, pensamientos que generan pensamiento y por eso. La relación que tengo con ellos es dialógica, siempre desde el respeto, intentando cuidar al otro y les agradezco profundamente su cariño hacia mí.
¿Concibes la escritura como una forma de permanencia?
La sensación de angustia nos lleva a pensar en ocasiones que lo que estamos buscando es la trascendencia, la perpetuidad, en mi caso eso no es importante, yo habré de sucumbir como la memoria de los pueblos teniendo a tantos escritores. ¿Quién lee a Gómez de la Serna? Me interesa más la supernova del momento y saber que es posible amar a todo pulmón, pase lo que pase contra todo. Creo que eso es lo único que me mantiene vivo. Despertar siendo un macho mexicano que se está deconstruyendo, un escritor que a pesar de tener 15 libros espera hacer uno que sea realmente querido por la gente.
¿Te interesa ser querido?
Lo que quiero es que me quieran, decía Eduardo Milán. Yo solo quiero que me quieran, solo quiero hacer un daño mínimo en el centro de nuestra civilización.
¿Cómo te deconstruyes a través de la poesía?
Por medio del amor, tengo la suerte de estar acompañado por una mujer que me enseña todos los días a mejorarme, a ser menos estúpido, también tengo un hijo y un equipo que confía en mí para ser tripulación todos los días. Aprendo todo el día de todos ellos, no para lamerme las heridas y no para sentirme ufano u orgulloso de lo que he logrado, más bien para darme cuenta de que no he logrado nada y que todavía se puede hacer todo. Aprendo de la mujer que amo, de la gente que me hace ver que es posible todavía confiar en el otro y que no podemos seguirnos asesinando.
Pese a la angustia, uno de los últimos poemas del libro es “Tiempo Presente”, el cual tiene un dejo de esperanza.
En el horror también está la vida, ahí estamos ultimados a sacar de nosotros lo más vital. Si no hay dosis de muerte tampoco hay vida y creo que a lo largo de mi obra he intentado rescatarla hablando de la muerte. Nací el 2 de noviembre, la muerte me dio la vida.