Elecciones 2024: El triunfo del abstencionismo

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Si un tema debe preocupar al régimen democrático en México, ya concluidas las elecciones, es el bajo grado de participación electoral que en esta ocasión fue de 61.
04% a nivel nacional (dos puntos porcentuales menos que la elección de 2018) y de 53.
22% a nivel local (Chihuahua se ubicó en el tercer sitio entre las entidades de menor participación electoral).
Entonces, elecciones libres, justas y periódicas no son suficientes cuando se advierten caídas de la participación ciudadana como de la que fuimos testigos el pasado 2 de junio.
El triunfo del abstencionismo es ya señal de una sociedad democrática que agoniza, pues la naturaleza de la democracia misma se cimienta en la capacidad de la ciudadanía para seleccionar a sus propios representantes mediante el voto.

Las razones del abtencionismo son diversas.
Hablemos del costo.
Aunque pudiéramos pensar que el costo de acudir a votar es nulo, lo cierto es que la persona votante debe previamente darse el tiempo para ubicar su casilla, trasladarse a ella y esperar -a veces- hasta más de una hora bajo condiciones climáticas adversas.
Previo, tuvo que allegarse de información para mínimamente distinguir -entre las candidaturas de cada boleta- la que será su elección.
A todo lo anterior, súmele los costos de oportunidad, es decir, las actividades que está dejando de hacer por acudir a las urnas.

Si a esto agregamos que los beneficios de votar no son para todas las personas claros, es decir, en la persona prevalece la convicción errónea sobre la escasa importancia del voto individual o, su calidad de vida no está a la altura de sus aspiraciones y asocia la falta de oportunidades a lo que concibe como democracia, entonces, estamos frente a un bache de grandes magnitudes del que, sin atenderse, difícilmente nuestro sistema político podrá salir en los próximos años.
Apatía, frustración y molestia son sólo manifestaciones del rechazo de las personas hacia las elecciones, personas que el día de las votaciones consuman un acto de desobediencia cívica, aún pudiendo no estar conscientes de ello.

Algunos países han visto en la obligatoriedad de la emisión del voto una salida frente a la crisis del abstencionismo; los datos arrojan que la obligatoriedad lo reduce significativamente y, aún cuando se elimina este carácter de obligatorio, los niveles bajos de abtencionismo se mantienen en el tiempo; por lo que elevar la participación electoral podría constituir un primer paso para transformar la cultura política y, quizá, en el futuro pueda contribuir a elevar la calidad democrática y a la formación de votantes comprometidos con lo público.

La entrega de incentivos es otra medida que busca incrementar la participación electoral; sin embargo, este 2024, el corte de caja de los organismos empresariales que ofrecieron incentivos por el ejercicio del voto les arrojó un rotundo fracaso; a pesar de promover el voto entre empleados y asociados y, aún para clientes de sus empresas a través de descuentos, ofertas, regalos o rifas, el aumento de la participación electoral que estaban esperando no llegó.

Hoy, cuando la tendencia es aminorar el respeto hacia las instituciones y restar la credibilidad de los espacios de deliberación pública, es más necesario que nunca volver a los valores cívicos de responsabilidad, participación, igualdad y respeto como una suerte de antídoto para el abstencionismo.
Resulta urgente iniciar una cruzada nacional que coloque en el centro del interés del Estado mexicano el fortalecimiento de la cultura política y democrática.
Nuestra débil democracia lo pide a gritos.

Si un tema debe preocupar al régimen democrático en México, ya concluidas las elecciones, es el bajo grado de participación electoral que en esta ocasión fue de 61.
04% a nivel nacional (dos puntos porcentuales menos que la elección de 2018) y de 53.
22% a nivel local (Chihuahua se ubicó en el tercer sitio entre las entidades de menor participación electoral).
Entonces, elecciones libres, justas y periódicas no son suficientes cuando se advierten caídas de la participación ciudadana como de la que fuimos testigos el pasado 2 de junio.
El triunfo del abstencionismo es ya señal de una sociedad democrática que agoniza, pues la naturaleza de la democracia misma se cimienta en la capacidad de la ciudadanía para seleccionar a sus propios representantes mediante el voto.

Las razones del abtencionismo son diversas.
Hablemos del costo.
Aunque pudiéramos pensar que el costo de acudir a votar es nulo, lo cierto es que la persona votante debe previamente darse el tiempo para ubicar su casilla, trasladarse a ella y esperar -a veces- hasta más de una hora bajo condiciones climáticas adversas.
Previo, tuvo que allegarse de información para mínimamente distinguir -entre las candidaturas de cada boleta- la que será su elección.
A todo lo anterior, súmele los costos de oportunidad, es decir, las actividades que está dejando de hacer por acudir a las urnas.

Si a esto agregamos que los beneficios de votar no son para todas las personas claros, es decir, en la persona prevalece la convicción errónea sobre la escasa importancia del voto individual o, su calidad de vida no está a la altura de sus aspiraciones y asocia la falta de oportunidades a lo que concibe como democracia, entonces, estamos frente a un bache de grandes magnitudes del que, sin atenderse, difícilmente nuestro sistema político podrá salir en los próximos años.
Apatía, frustración y molestia son sólo manifestaciones del rechazo de las personas hacia las elecciones, personas que el día de las votaciones consuman un acto de desobediencia cívica, aún pudiendo no estar conscientes de ello.

Algunos países han visto en la obligatoriedad de la emisión del voto una salida frente a la crisis del abstencionismo; los datos arrojan que la obligatoriedad lo reduce significativamente y, aún cuando se elimina este carácter de obligatorio, los niveles bajos de abtencionismo se mantienen en el tiempo; por lo que elevar la participación electoral podría constituir un primer paso para transformar la cultura política y, quizá, en el futuro pueda contribuir a elevar la calidad democrática y a la formación de votantes comprometidos con lo público.

La entrega de incentivos es otra medida que busca incrementar la participación electoral; sin embargo, este 2024, el corte de caja de los organismos empresariales que ofrecieron incentivos por el ejercicio del voto les arrojó un rotundo fracaso; a pesar de promover el voto entre empleados y asociados y, aún para clientes de sus empresas a través de descuentos, ofertas, regalos o rifas, el aumento de la participación electoral que estaban esperando no llegó.

Hoy, cuando la tendencia es aminorar el respeto hacia las instituciones y restar la credibilidad de los espacios de deliberación pública, es más necesario que nunca volver a los valores cívicos de responsabilidad, participación, igualdad y respeto como una suerte de antídoto para el abstencionismo.
Resulta urgente iniciar una cruzada nacional que coloque en el centro del interés del Estado mexicano el fortalecimiento de la cultura política y democrática.
Nuestra débil democracia lo pide a gritos.

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