El Síndrome de Hybris

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Desde hace tiempo observo, como periodista y ciudadana, innumerables versiones de lo que las personas, con cierto poder, político o económico, pueden mostrar de sí mismas, a medida que su poder avanza, crece, se transforma.

En el servicio público el liderazgo muestra estilos diferentes, incluso cada gobernante.
Y no parecen ser las mismas personas al inicio de su gestión, hasta el cierre.
Pero ejercer el poder es mucho más que decisiones en blanco y negro; lo bueno o lo malo; lo grande o lo pequeño.
Significa matices y recovecos.
Una pizarra irregular y multidimensional.

Hay un trastorno psicológico, padecido por personajes a lo largo de la historia, desde héroes militares, personas de la política, del empresariado, artistas y muchos otros singulares hombres y mujeres con poder.
Es el Síndrome de Hybris.

Quien tiene este síndrome muestra un notable sesgo egocéntrico sobre sus decisiones y expectativas y de quienes les rodean; autoconfianza desmesurada; impulsividad y, con frecuencia, imprudencia.
Se muestran, porque así se sienten, superiores.
Se empeñan en vencer a sus rivales, reales o imaginarios, a toda costa y sin medir consecuencias.
No escuchan consejos y no reconocen sus propios errores.

Probablemente recordemos personas identificadas con este padecimiento, algunas con poder sustantivo que enfrentarles nos pondría fuera de batalla.
Quizá hemos estado bajo la autoridad de alguien con severos trastornos de personalidad, creyendo que su conducta excéntrica y abusiva era normal.

La megalomanía no es historia de ficción, o sólo el perfil de antagonistas, de villanos que pelean a muerte por vencer, aniquilar, avasallar al enemigo.
No son historias como las que nos contaban en la infancia y que, con ingenuidad, creíamos que sólo ocurría en los cuentos.

He visto a muchos hombres y mujeres perder la cabeza por mantenerse en el poder, obtenido con

esfuerzo, o sin él y de cuyos beneficios no se quieren alejar.
Su mundo se divide entre ganar o perder.
Se mueven en la oscuridad, sigilosa y astutamente para “sorprender al enemigo” y debilitarle maliciosamente.
Se afanan por mantenerse incluso mediante el fraude; tergiversación de hechos; con amenazas veladas y causando daños irreparables a los demás.

¿Hasta dónde una enfermedad mental podría justificar que alguien pisotee la dignidad de otras personas? La norma no debería ser estar mal y sentirse peor, pisoteando la integridad.
Debería ser identificar los valores y conductas que pueden ayudar a construir mejores formas de convivencia.
Vivir con la dignidad del ser humano.
Sí, hay muchas personas con el Síndrome de Hybris y un enorme vacío existencial.

Concepción Arenal decía que: “La dignidad es el respeto que una persona tiene de sí misma y quien la tiene, no puede hacer nada que lo vuelva despreciable a sus propios ojos”.
¿Quién podría afirmar que defiende su dignidad y la de los demás teniendo un gran apego al poder?

Desde hace tiempo observo, como periodista y ciudadana, innumerables versiones de lo que las personas, con cierto poder, político o económico, pueden mostrar de sí mismas, a medida que su poder avanza, crece, se transforma.

En el servicio público el liderazgo muestra estilos diferentes, incluso cada gobernante.
Y no parecen ser las mismas personas al inicio de su gestión, hasta el cierre.
Pero ejercer el poder es mucho más que decisiones en blanco y negro; lo bueno o lo malo; lo grande o lo pequeño.
Significa matices y recovecos.
Una pizarra irregular y multidimensional.

Hay un trastorno psicológico, padecido por personajes a lo largo de la historia, desde héroes militares, personas de la política, del empresariado, artistas y muchos otros singulares hombres y mujeres con poder.
Es el Síndrome de Hybris.

Quien tiene este síndrome muestra un notable sesgo egocéntrico sobre sus decisiones y expectativas y de quienes les rodean; autoconfianza desmesurada; impulsividad y, con frecuencia, imprudencia.
Se muestran, porque así se sienten, superiores.
Se empeñan en vencer a sus rivales, reales o imaginarios, a toda costa y sin medir consecuencias.
No escuchan consejos y no reconocen sus propios errores.

Probablemente recordemos personas identificadas con este padecimiento, algunas con poder sustantivo que enfrentarles nos pondría fuera de batalla.
Quizá hemos estado bajo la autoridad de alguien con severos trastornos de personalidad, creyendo que su conducta excéntrica y abusiva era normal.

La megalomanía no es historia de ficción, o sólo el perfil de antagonistas, de villanos que pelean a muerte por vencer, aniquilar, avasallar al enemigo.
No son historias como las que nos contaban en la infancia y que, con ingenuidad, creíamos que sólo ocurría en los cuentos.

He visto a muchos hombres y mujeres perder la cabeza por mantenerse en el poder, obtenido con

esfuerzo, o sin él y de cuyos beneficios no se quieren alejar.
Su mundo se divide entre ganar o perder.
Se mueven en la oscuridad, sigilosa y astutamente para “sorprender al enemigo” y debilitarle maliciosamente.
Se afanan por mantenerse incluso mediante el fraude; tergiversación de hechos; con amenazas veladas y causando daños irreparables a los demás.

¿Hasta dónde una enfermedad mental podría justificar que alguien pisotee la dignidad de otras personas? La norma no debería ser estar mal y sentirse peor, pisoteando la integridad.
Debería ser identificar los valores y conductas que pueden ayudar a construir mejores formas de convivencia.
Vivir con la dignidad del ser humano.
Sí, hay muchas personas con el Síndrome de Hybris y un enorme vacío existencial.

Concepción Arenal decía que: “La dignidad es el respeto que una persona tiene de sí misma y quien la tiene, no puede hacer nada que lo vuelva despreciable a sus propios ojos”.
¿Quién podría afirmar que defiende su dignidad y la de los demás teniendo un gran apego al poder?

Osvaldo

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Punto y aparte | 2024, Xóchitl 

jue Jul 13 , 2023
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