“El peligro de una sola historia”

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Creemos que la eterna pelea entre buenos y malos, Occidente y Oriente, amigos y enemigos, es la única forma de explicarnos el mundo.
Esto es demasiado reduccionista, como si todo fuera igual que en esas películas “grisecitas” antiguas, incapaces de imaginar a los personajes en paisajes a color.

Encontrar en internet a la escritora nigeriana Chimamanda Adichie sobre lo que llama: “el peligro de una sola historia”, ha sido revelador.
Ella describe cómo se crean historias “únicas”, no por singulares, sino porque hay la intención de sólo mostrar un lado de los hechos, sólo una parte como el “todo”, una sola versión (con frecuencia oficial), para narrar los hechos.

Su reflexión anima a pensar en cómo los estereotipos que se crean al conocer una sola historia de nuestros héroes, por ejemplo, nos impide verles como personas con debilidades, vicios o preferencias sexuales que les vuelve humanos.
Por ello, cuando alguien se atreve a contar otra versión de la historia, también corre el riesgo de incomodar a quienes prefieren no cuestionar aquello que damos por cierto.

“El poder es la capacidad de contar la historia del otro y de hacer que esa historia sea definitiva”, explica Chimamanda.
No es que alguien nos obligue a conocer una sola historia, más bien, se da de manera sutil, paulatinamente, sin percatarnos de cómo es que nos vamos contando una historia sobre nuestra propia vida, de la familia y cada integrante, de la ciudad o del país.
Ahí está, escrita como si no hubiera nada más que explorar, investigar, comprender, cuestionar.

Coincido con la escritora nigeriana que no es que la historia única sea falsa, más bien es incompleta.
No imagino a un Pancho Villa arriba de un caballo todo el día, ni a Sor Juana inspirada todo el tiempo escribiendo poesía con un discurso feminista.
No creo que quienes cometen crímenes siempre hayan sido malas personas o las personas más exitosas nunca hayan cometido errores.

Pero esa es la forma en la que hemos aprendido a entender la historia de la humanidad.
Nos resulta complicado admitir que existen otras formas de explicar cómo se crearon las naciones.
Si se escuchara primero lo que las esposas de grandes líderes de leyenda tienen qué decir, seguro nos dirían que sus maridos también roncan o dejan por ahí los calcetines en el piso… Y no son infalibles, ni tan fuertes, ni tan asertivos.

Las historias influyen.
Y una única historia no nos da oportunidad de identificar los claroscuros, las múltiples versiones de la realidad a través de la mirada de todas las personas, los matices y los colores.
Porque todas las historias importan, tanto como las personas que las conocen y también aquellas que aún no han tenido oportunidad de contar.

Quien controla la narrativa domina la única versión, la versión oficial de los acontecimientos.

Creemos que la eterna pelea entre buenos y malos, Occidente y Oriente, amigos y enemigos, es la única forma de explicarnos el mundo.
Esto es demasiado reduccionista, como si todo fuera igual que en esas películas “grisecitas” antiguas, incapaces de imaginar a los personajes en paisajes a color.

Encontrar en internet a la escritora nigeriana Chimamanda Adichie sobre lo que llama: “el peligro de una sola historia”, ha sido revelador.
Ella describe cómo se crean historias “únicas”, no por singulares, sino porque hay la intención de sólo mostrar un lado de los hechos, sólo una parte como el “todo”, una sola versión (con frecuencia oficial), para narrar los hechos.

Su reflexión anima a pensar en cómo los estereotipos que se crean al conocer una sola historia de nuestros héroes, por ejemplo, nos impide verles como personas con debilidades, vicios o preferencias sexuales que les vuelve humanos.
Por ello, cuando alguien se atreve a contar otra versión de la historia, también corre el riesgo de incomodar a quienes prefieren no cuestionar aquello que damos por cierto.

“El poder es la capacidad de contar la historia del otro y de hacer que esa historia sea definitiva”, explica Chimamanda.
No es que alguien nos obligue a conocer una sola historia, más bien, se da de manera sutil, paulatinamente, sin percatarnos de cómo es que nos vamos contando una historia sobre nuestra propia vida, de la familia y cada integrante, de la ciudad o del país.
Ahí está, escrita como si no hubiera nada más que explorar, investigar, comprender, cuestionar.

Coincido con la escritora nigeriana que no es que la historia única sea falsa, más bien es incompleta.
No imagino a un Pancho Villa arriba de un caballo todo el día, ni a Sor Juana inspirada todo el tiempo escribiendo poesía con un discurso feminista.
No creo que quienes cometen crímenes siempre hayan sido malas personas o las personas más exitosas nunca hayan cometido errores.

Pero esa es la forma en la que hemos aprendido a entender la historia de la humanidad.
Nos resulta complicado admitir que existen otras formas de explicar cómo se crearon las naciones.
Si se escuchara primero lo que las esposas de grandes líderes de leyenda tienen qué decir, seguro nos dirían que sus maridos también roncan o dejan por ahí los calcetines en el piso… Y no son infalibles, ni tan fuertes, ni tan asertivos.

Las historias influyen.
Y una única historia no nos da oportunidad de identificar los claroscuros, las múltiples versiones de la realidad a través de la mirada de todas las personas, los matices y los colores.
Porque todas las historias importan, tanto como las personas que las conocen y también aquellas que aún no han tenido oportunidad de contar.

Quien controla la narrativa domina la única versión, la versión oficial de los acontecimientos.

Osvaldo

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jue Jul 27 , 2023
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