El Paisito, los mariachis y no amanece

Uruguay pone en evidencia a la Selección Mexicana de futbol, carente de prestigio y presa, desde siempre, del negocio voraz de las televisoras, que todo lo venden

Uruguay pone en evidencia a la Selección Mexicana de futbol, carente de prestigio y presa, desde siempre, del negocio voraz de las televisoras, que todo lo venden

Cuando la selección mexicana arribó a Montevideo para competir en el Mundial de 1930, la prensa uruguaya encabezó su portada con un inolvidable encabezado: “Llegaron los manitos”.
Aquel diminutivo llevaba -como todos- algo de menosprecio y de compasión.
Una especie de premonición, también.
Francia se encargó de que fuera, por si quedara algo, sobrenombre: aplastó al equipo verde 4-1, en el desaparecido estadio Pocitos.

“Los manitos” perdieron todos sus partidos en aquel torneo.
Los periodistas se quejaron ante el técnico nacional mexicano Juan Luque de Serrallonga -tan criticado como Jaime Lozano ahora- de entretener a un conjunto sin pies (oximorón) ni cabeza en la batalla del césped.
“No hay derecho para traer a unos muchachos a jugar un torneo tan exigente”, dijeron al entrenador, que no sabía cómo escapar lo antes posible del ridículo papel de sus “muchachos”.

Marcelo Bielsa, con esa prosa hablada que le caracteriza, casi de intelectual de izquierdas, ha vuelto al tema 96 años después de aquella gira -imposible llamarla de otra manera- del 30: un equipo que se enfrentará a una potencia dentro de poco debería tomarse los partidos con un poco más de seriedad, ha querido decir el argentino después de su triunfo -casi de día de asueto- sobre los “manitos” del siglo XXI, los cuales -por cierto- muy poco se diferencian de aquellos que tocaron por primera vez la pelota mundialista, a la que descubrieron redonda como la Tierra.

El cuadro de Lozano -en la lozanía más desabrida- fue puesto en evidencia por el Paisito -como lo llamaba Mario Benedetti- al que le quedan a modo las canciones lastimosas de José Alfredo para agraviar en el marcador a su menospreciado rival.
En el mundo raro del balón, la Celeste -cuya tribuna nacional cabe en una delegación de Ciudad de México- sigue mirando abajo a una nación que sigue creyendo que “no nació para pobre” aunque “las nubes” lo pongan cada cita -amistosa u oficial- en su lugar.

Desde Serralloga hasta Lozano (la lista intermedia es aburrida y larga), la costumbrista cultura de la prensa nacional suele atribuir los fracasos del once al responsable del cuerpo técnico.
Pero ya lo dijo el profeta José Alfredo: una piedra el camino me enseñó que mi destino era rodar y rodar.
Dijo Menotti que en el futbol la que corre es la pelota.
Aquí no.
Las que corren son la sangre y la honorabilidad del “entrenador” al que despachan con un desprecio cercano al despecho.
Y así llega otro, otro y otro, con el mismo relato del perseguidor de sombras: siempre igual, siempre distinto.
Rodar y rodar.
Ya me canso de llorar y no amanece.

Bielsa, que conoce muy bien el ecosistema del futbol mexicano y es un caballero dentro y fuera de la cancha, dio a entender lo que sabe y no quiere decir: que México tiene los resultados que merece porque nunca se ha tomado en serio lo que pasa en el campo de juego.

El 4-0 incluso es dadivoso.
Diminutivo.
Y lastimoso.
Porque, con goles, refleja lo que todo el mundo sabe: que las televisoras no tienen sentimientos, venden todo: la tribuna, los derechos de televisión, los anuncios de la pantalla, la integridad de los jugadores, las plazas de primera división, la opinión de la prensa, el prestigio de los entrenadores, las fuerzas básicas, la segunda división (que no existe), los gritos de la tribuna y la “derrota” que da como plusvalía el oneroso eslogan del “quinto partido”, que nunca llega, como la esperanza.

“Los manitos” de Lozano son ratones en el contrato -dijo, otra vez, Menotti- y quieren que se comporten como leones en la cancha.
Hasta ahora esa metamorfosis no ha dado resultado deportivo alguno.
La selección mexicana -víctima de tantos negociantes- es el símbolo nítido de la corrupción y el agandalle que tanto caracteriza al balompié nacional.

El Paisito seguirá en las nubes y la paloma negra (o verde) continuará su cántico cursi y adolorido del cucurrucucú, que tanta burla provocó en Manuel Seyde, el creador del corrido de los Ratones Verdes, que tan bien les va.

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