Quienes hemos recorrido el cruce de siglos en plenitud de nuestra trayectoria profesional no podemos evitar la sensación de llevar varias décadas surcando cambios de paradigma que se suceden con el vértigo con el que la realidad transforma nuestros hábitos. Frente a lo que era nuestro día a día hace apenas veinte años, a todos nos cuesta reconocer si bien no el fondo de nuestros cometidos cotidianos, de forma evidente la manera en que hoy en día transcurre nuestra jornada.
La transformación de la sociedad durante las últimas décadas ha sido una línea continua de crecimiento y progreso que, sin haber sufrido grandes altibajos, sí permitiría identificar ciertos puntos de inflexión. Me atrevería incluso a apuntar que, superada la segunda década de este ansiado siglo XXI, comenzamos a tener suficiente perspectiva como para afirmar que el cambio de centuria ha marcado también una nueva y más moderna visión del mundo, empujándonos hacia la globalización con todas sus consecuencias.
Y de forma más puntual, ha sido a lo largo de los últimos cinco años cuando las mujeres de todo el mundo hemos adquirido plena conciencia no solo de nuestro lugar en nuestras respectivas sociedades, sino sobre la necesidad de que lo que nos corresponde por derecho lo reclamemos con toda la vehemencia precisa para que sea una realidad lo antes posible.
Es difícilmente cuestionable que la reivindicación del papel de la mujer en la sociedad vive en estos años en un ambiente colectivo que algunos no dudan en calificar como la emancipación definitiva. El feminismo ha crecido en sus demandas y ha ensanchado su capacidad de movilización para integrar a mujeres de diferentes orígenes, ideologías, religiones, extracto social, nivel educativo y edad. Poco se puede cuestionar sobre el fenómeno que todavía nos cuesta identificar en su magnitud histórica, por tratarse de un movimiento social presente al que probablemente no podamos definir en toda su complejidad hasta dentro de unos años.
Pero siendo importante lo que estamos viviendo, es preciso poner en sus justos términos que todo lo que ahora nos sucede a las mujeres como colectivo es en buena parte fruto del trabajo que en favor de la igualdad se ha realizado, en el caso de España, desde hace más de 40 años. El hecho de que hoy en el mundo de la Justicia española las mujeres comencemos a superar en número a los hombres no es fruto ni de la casualidad ni de la demografía, sino del esfuerzo personal de decenas de miles de abogadas, juezas, fiscales o procuradoras que hace tiempo decidieron superar las limitaciones que no existiendo en las leyes sí conformaban la realidad social.
Por suerte para todos, esas miles de compañeras quisieron y supieron ver que el del Derecho, un mundo concebido durante siglos por los hombres para los hombres, era el mejor ámbito para pugnar por una verdadera igualdad. Desde juzgados y tribunales, durante todos estos años, abogadas y resto de profesionales del Derecho han desempeñado una labor fundamental para hacer valer su preparación, su conocimiento y su capacidad para obtener resultados. Hasta que, después de esa larga carrera de tantos años de trabajo silencioso pero constante, un día descubrimos que la realidad que se traza desde las altas instancias de la Justicia se puede escribir también en femenino.
A la vista está que ya no sirven ni tan siquiera las manidas excusas de que la existencia de una masa crítica de mujeres preparadas para ejercer las máximas responsabilidades necesita tiempo. Porque el tiempo que ellos reclaman en silencio es el que no puede permitirse el conjunto de la sociedad y el que hace ya mucho que se nos agotó a las mujeres que nos sentimos tanto o más capacitadas que nuestros compañeros.
El tiempo y su gestión es precisamente lo que se oculta tras la forma de hacer las cosas en masculino y en femenino. Porque nosotras defendemos el concepto de un tiempo para cada cosa, mientras que el poder ejercido desde la testosterona parece querer imponer sus tiempos sobre las cosas. Ha llegado la hora de alcanzar las cotas de igualdad que hace tiempo dejamos de reclamar para exigir. El momento para conseguir la igualdad real se cumplió sobradamente. Ya vamos tarde.
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