El AMLO peruano

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Por: Francisco Navarro Pastrana

El intento del ex presidente de Perú de disolver, sin derecho, el Congreso de ese país para sostenerse en el poder lo tiene preso por el delito de rebelión.
Pedro Castillo, sindicalista, maestro de profesión, llegó la presidencia de su país con el lema “no más pobres en un país rico” y cuando tomó protesta, el 28 de julio de 2021, en su discurso mencionó que: “Este gobierno ha llegado para gobernar con el pueblo y para construir desde abajo.
Es la primera vez que nuestro país será gobernado por un campesino”.
Un año y medio después está tras las rejas buscando asilo político en México.

Pedro Castillo, político peruano de izquierda, fue líder sindical de los maestros más de 20 años y, en 2017 lideró la huelga magisterial del Perú que tuvo lugar entre los meses de junio a septiembre de aquel año.
En esa ocasión al expresidente Castillo algunos medios peruanos lo relacionaron con el grupo terrorista Sendero Luminoso, hecho que Castillo negó rotundamente y que medios extranjeros consideraron sin fundamento.

Como candidato, basó su campaña en el hecho de ser maestro y el prestigio que la profesión tiene.
Aparecía con un lápiz enorme y concluía sus intervenciones con la frase “palabra de maestro”.
El sombrero, enorme también, lo utilizaba para resaltar su origen campesino, esto al grado de llegar a votar montado a caballo, y siempre repitiendo que en un país con tantos recursos como los tiene Perú, era inaceptable que hubiera pobres: “no más pobres en un país rico” algo parecido a nuestro ya conocido “No puede haber gobierno rico, con pueblo pobre”.

Hay más similitudes entre el expresidente Castillo y el presidente López Obrador, por ejemplo: ambos son de izquierda, cristianos, dicen anteponer a los pobres, son políticos antistablishment y, por supuesto, la corrupción.
Sí, porque sobre ambos existe la mancha de la corrupción y la opacidad que los alcanza no sólo a ellos y a sus gobiernos, sino también a sus familiares.

El caso es que Castillo ya está preso.
Lo detuvieron cuando se dirigía a la embajada de México en aquel país para buscar asilo político.
El presidente López Obrador instruyó que se le abrieran las puertas de la embajada y declaró que la caída de Castillo es producto de la presión de las élites peruanas, algo muy cuestionable no sólo porque carece de verdad, sino también porque no tendría por qué opinar sobre la política de aquella nación, lo que ya le costó, de entrada, que congresistas de Perú le solicitaran que no intervenga en los asuntos de su país.

México no debería insistir en la defensa de Castillo, pues no es un mártir.
Tampoco se puede justificar esa defensa argumentando la larga tradición que en materia de asilo político tiene nuestro país porque no estamos hablando de un perseguido político, sino de un hombre que pretendió dar un autogolpe de Estado para mantenerse en el poder, y tampoco se justifica argumentando una afinidad ideológica, porque si esto es así, lo que quedaría de manifiesto sería la vena autoritaria y dictatorial (que muchos vemos) en el presidente mexicano.

Hay similitudes entre uno y otro, finalmente los afines se atraen, apoyan y, como este caso, se protegen, o al menos hacen el intento.
Lo cierto es que lo del AMLO peruano no tuvo un final feliz.
Ya veremos lo que el destino le tiene preparado al AMLO mexicano.

Lic.
Francisco “Paco” Navarro.

Por: Francisco Navarro Pastrana

El intento del ex presidente de Perú de disolver, sin derecho, el Congreso de ese país para sostenerse en el poder lo tiene preso por el delito de rebelión.
Pedro Castillo, sindicalista, maestro de profesión, llegó la presidencia de su país con el lema “no más pobres en un país rico” y cuando tomó protesta, el 28 de julio de 2021, en su discurso mencionó que: “Este gobierno ha llegado para gobernar con el pueblo y para construir desde abajo.
Es la primera vez que nuestro país será gobernado por un campesino”.
Un año y medio después está tras las rejas buscando asilo político en México.

Pedro Castillo, político peruano de izquierda, fue líder sindical de los maestros más de 20 años y, en 2017 lideró la huelga magisterial del Perú que tuvo lugar entre los meses de junio a septiembre de aquel año.
En esa ocasión al expresidente Castillo algunos medios peruanos lo relacionaron con el grupo terrorista Sendero Luminoso, hecho que Castillo negó rotundamente y que medios extranjeros consideraron sin fundamento.

Como candidato, basó su campaña en el hecho de ser maestro y el prestigio que la profesión tiene.
Aparecía con un lápiz enorme y concluía sus intervenciones con la frase “palabra de maestro”.
El sombrero, enorme también, lo utilizaba para resaltar su origen campesino, esto al grado de llegar a votar montado a caballo, y siempre repitiendo que en un país con tantos recursos como los tiene Perú, era inaceptable que hubiera pobres: “no más pobres en un país rico” algo parecido a nuestro ya conocido “No puede haber gobierno rico, con pueblo pobre”.

Hay más similitudes entre el expresidente Castillo y el presidente López Obrador, por ejemplo: ambos son de izquierda, cristianos, dicen anteponer a los pobres, son políticos antistablishment y, por supuesto, la corrupción.
Sí, porque sobre ambos existe la mancha de la corrupción y la opacidad que los alcanza no sólo a ellos y a sus gobiernos, sino también a sus familiares.

El caso es que Castillo ya está preso.
Lo detuvieron cuando se dirigía a la embajada de México en aquel país para buscar asilo político.
El presidente López Obrador instruyó que se le abrieran las puertas de la embajada y declaró que la caída de Castillo es producto de la presión de las élites peruanas, algo muy cuestionable no sólo porque carece de verdad, sino también porque no tendría por qué opinar sobre la política de aquella nación, lo que ya le costó, de entrada, que congresistas de Perú le solicitaran que no intervenga en los asuntos de su país.

México no debería insistir en la defensa de Castillo, pues no es un mártir.
Tampoco se puede justificar esa defensa argumentando la larga tradición que en materia de asilo político tiene nuestro país porque no estamos hablando de un perseguido político, sino de un hombre que pretendió dar un autogolpe de Estado para mantenerse en el poder, y tampoco se justifica argumentando una afinidad ideológica, porque si esto es así, lo que quedaría de manifiesto sería la vena autoritaria y dictatorial (que muchos vemos) en el presidente mexicano.

Hay similitudes entre uno y otro, finalmente los afines se atraen, apoyan y, como este caso, se protegen, o al menos hacen el intento.
Lo cierto es que lo del AMLO peruano no tuvo un final feliz.
Ya veremos lo que el destino le tiene preparado al AMLO mexicano.

Lic.
Francisco “Paco” Navarro.

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