Crónicas Urbanas de Chihuahua | Don Porfirio Díaz: Chihuahua listo para recibir al presidente

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Crónicas Urbanas de Chihuahua

violioscar@gmail.
com

La invitación oficial del pueblo de Chihuahua, con la firma de su gobernador don Enrique, llegaría a las manos del octogenario personaje y achicándose sus enormes bigotes, leía con detenimiento dicha carta, por lo que no lo pensaría dos veces y don Porfirio inmediatamente aceptaría; con una sonrisa en los labios, con la emoción y nostalgia que eso le producía al recordar algunas anécdotas vividas al inicio de su mandato cuando veía morir a su amigo el coronel Donato Guerra, militar de esos que hacen carrera en el campo de batalla como los verdaderos héroes, quien caería en combate el 19 de septiembre de 1876, mientras se enfrentaba con las tropas lerdistas en el rancho de Ávalos en las cercanías de la ciudad de Chihuahua y donde más tarde, el mismo don Porfirio, ordenaría que sus restos fueran trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres en la Ciudad de México, ascendiéndolo de manera póstuma a general de división.

Este recuerdo para él fue impresionante que, sin duda, le causó un verdadero deseo de visitar “la tierra seca y arenosa”.
Por ello, ordenaría a sus colaboradores que organizaran todos los actos protocolarios para estar en comunicación con las autoridades chihuahuenses con el fin de llevar perfectamente todos los preparativos necesarios para la importante visita.
De inmediato, se estableció comunicación con el gobierno de Chihuahua para empezar con los detalles de la importantísima visita.
Todo mundo estaba muy emocionado, porque vendría el presidente don Porfirio a la ciudad de Chihuahua para inaugurar algunas importantes obras cuando el calendario anunciaba el mes de octubre de 1909 y, por este motivo, casi toda la población estaba tan activa barriendo sus casas y dándole una manita de gato a las fachadas.

En ese momento, caminaba (Juan Olivas) por la calle allá por el rumbo del barrio del Plan de Álamos localizado en pleno centro de la ciudad capital, mi padre, don Francisco Olivas, hombre muy trabajador y lleno de convicciones, el cual, llevaba la camiseta porfirista hasta las mangas.
Al llegar a la casa de mi madre Ernestina, simpática mujer de la tercera edad cuando el reloj marcaba las 12:00 del día, toqué a la puerta de su humilde casa y no pasaron ni cinco minutos cuando la abrieron: “Pasa mijo, pasa, ¿cómo has estado?”; respondí: “¡Bien madre!”, “Sabes mijo -comenta doña Ernestina-, llegaste como “caído del cielo”, ya que tengo un problemita y esto me ha acarreado algunos trastornos, ya que he andado de oficina a oficina exponiendo mi queja y nada”.

“Mire, madre, creo que tengo un amigo –comenta Juan- que es Agapito Buenrostro en la presidencia y él nos puede ayudar”.
Al día siguiente la llevé para que expusiera su problema ante el buen Agapito: “¡Estimada y fina señora!, no es conmigo, baje usted en la primera oficina a la derecha, ahí está el señor Reburujo, el que se encarga de solucionar todas las quejas de la ciudadanía”.
“Tengo muchísimo tiempo, casi desde que se empezó a desbaratar el centro, desde que las gentes empezaron a emigrar porque al pasar el río Bravo se fueron a estrenar casa o, mejor dicho, mansión –comenta Ernestina-.
La mayor parte de esa gente eran vecinos.
Ya me imagino que en aquellos años tan lindos se nos hubiera ocurrido ir a vivir al otro lado del río, al llano, pero ahora es otra cosa, una colonia de ricos, grandes avenidas, grandes jardines y yo apenas si puedo mantener mi casa que está cayendo en el barrio del Plan de Álamos”.
Al llegar mi madre con Fulgencio Reburujo, le expresó: “Mire usted, en mi casa existe una pared de adobe, vieja, muy antigua que cuando se demolió la casa contigua quedé completamente desprotegida; un muro demasiado bajito, más o menos de cuatro o cinco metros, por lo que tengo miedo de que alguien se brinque como ahora es la moda que cierto malandrín se quiera llevar mis gallinas y puerquitos, ya que cada casa que se destruye se convierte en lote para vendimias, quién sabe qué suceda” Para ello, se habían puesto de acuerdo para que Fulgencio fuera a supervisar y revisar la casa de doña Ernestina.
Pasaron dos días y el representante del Municipio fue hasta el Plan de Álamos a supervisar la queja.
En ese momento, tocó la puerta y mi dulce madre la abriría: “Pase, pase, hacia la sala, no se asuste, mi casa es casi como un museo, son los mismos muebles de toda la vida, nunca me quise deshacer de ellos, cada uno está impregnado de infinidad de recuerdos, por ejemplo, este era el preferido de mi esposo, uno siempre tiene predilección por algún mueble y por algún rincón de la casa.
Frente de él, con atención escuchaba alguna anécdota diaria, seguido de algunas reprimendas de mi padre, a mí, a mis hermanos más jóvenes que yo, los cuales, hace tantos años que se había ido al otro mundo, pero sigo con mis reliquias”.

Pase, joven –decía Ernestina- pase al comedor, en esta cabecera de la mesa temprano desayunaba mi esposo, calmado que de un lado extendía el periódico; de vez en cuando, sacaba su reloj con elegancia de la bolsa de su chaleco, deslizaba la leontina entre sus manos regordetas, veía la hora con cuidado y doblaba las páginas del Correo de Chihuahua; luego, con el dorso de la mano, se daba una ligera sacudida en el pantalón, tomaba su sombrero e invariablemente decía: “Faltan quince para las nueve”.
Bajaba aquí dos cuadras hasta la calle Aldama para seguir a Palacio.
Mi padre desempeñó algunos puestos importantes en el gobierno sin llegar nunca a un puesto de relumbrón, pero su fidelidad al gobernador en turno y al presidente don Porfirio Díaz lo hicieron acreedor a una confianza desmedida entre los personajes de esos tiempos (1880-1910).
Seguido teníamos visita de algunos de ellos.
A veces era algún asunto importante y discreto, mi padre cerraba esa puerta que daba al comedor.
A veces la reunión era para algo bueno y de vez en cuando mi padre gritaba: “¡Luz, caramba y a tomar unas copitas de tequila o coñac, por favor!” Pero sin duda era un loco empedernido por don Porfirio, lo cual me siento muy contenta de que pronto visitará este terruño, porque en Chihuahua estamos listos para recibirlo”.
Esta crónica continuará…

Don Porfirio Díaz: invitado a visitar Chihuahua (1909), forma parte de los Archivos Perdidos de las Crónicas Urbanas de Chihuahua.
Si desea adquirir los libros: Crónicas Urbanas de Chihuahua, tomos del I al XIII, mande un WhatsApp al 614 148 85 03 y nos comunicaremos con Ud; adquiéralos además en Librería Kosmos (Josué Neri Santos No.
111).

Fuentes:

Creelman, James, “Presidente Díaz: hero of the Americas”, in Pearson’s Magazine, XIX, 3.
En México la entrevista fue publicada íntegramente los días 3 y 4 de marzo de 1908 en el diario El Imparcial.

Relatos e Historias en México, núm.
92.

Crónicas Urbanas de Chihuahua

violioscar@gmail.
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La invitación oficial del pueblo de Chihuahua, con la firma de su gobernador don Enrique, llegaría a las manos del octogenario personaje y achicándose sus enormes bigotes, leía con detenimiento dicha carta, por lo que no lo pensaría dos veces y don Porfirio inmediatamente aceptaría; con una sonrisa en los labios, con la emoción y nostalgia que eso le producía al recordar algunas anécdotas vividas al inicio de su mandato cuando veía morir a su amigo el coronel Donato Guerra, militar de esos que hacen carrera en el campo de batalla como los verdaderos héroes, quien caería en combate el 19 de septiembre de 1876, mientras se enfrentaba con las tropas lerdistas en el rancho de Ávalos en las cercanías de la ciudad de Chihuahua y donde más tarde, el mismo don Porfirio, ordenaría que sus restos fueran trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres en la Ciudad de México, ascendiéndolo de manera póstuma a general de división.

Este recuerdo para él fue impresionante que, sin duda, le causó un verdadero deseo de visitar “la tierra seca y arenosa”.
Por ello, ordenaría a sus colaboradores que organizaran todos los actos protocolarios para estar en comunicación con las autoridades chihuahuenses con el fin de llevar perfectamente todos los preparativos necesarios para la importante visita.
De inmediato, se estableció comunicación con el gobierno de Chihuahua para empezar con los detalles de la importantísima visita.
Todo mundo estaba muy emocionado, porque vendría el presidente don Porfirio a la ciudad de Chihuahua para inaugurar algunas importantes obras cuando el calendario anunciaba el mes de octubre de 1909 y, por este motivo, casi toda la población estaba tan activa barriendo sus casas y dándole una manita de gato a las fachadas.

En ese momento, caminaba (Juan Olivas) por la calle allá por el rumbo del barrio del Plan de Álamos localizado en pleno centro de la ciudad capital, mi padre, don Francisco Olivas, hombre muy trabajador y lleno de convicciones, el cual, llevaba la camiseta porfirista hasta las mangas.
Al llegar a la casa de mi madre Ernestina, simpática mujer de la tercera edad cuando el reloj marcaba las 12:00 del día, toqué a la puerta de su humilde casa y no pasaron ni cinco minutos cuando la abrieron: “Pasa mijo, pasa, ¿cómo has estado?”; respondí: “¡Bien madre!”, “Sabes mijo -comenta doña Ernestina-, llegaste como “caído del cielo”, ya que tengo un problemita y esto me ha acarreado algunos trastornos, ya que he andado de oficina a oficina exponiendo mi queja y nada”.

“Mire, madre, creo que tengo un amigo –comenta Juan- que es Agapito Buenrostro en la presidencia y él nos puede ayudar”.
Al día siguiente la llevé para que expusiera su problema ante el buen Agapito: “¡Estimada y fina señora!, no es conmigo, baje usted en la primera oficina a la derecha, ahí está el señor Reburujo, el que se encarga de solucionar todas las quejas de la ciudadanía”.
“Tengo muchísimo tiempo, casi desde que se empezó a desbaratar el centro, desde que las gentes empezaron a emigrar porque al pasar el río Bravo se fueron a estrenar casa o, mejor dicho, mansión –comenta Ernestina-.
La mayor parte de esa gente eran vecinos.
Ya me imagino que en aquellos años tan lindos se nos hubiera ocurrido ir a vivir al otro lado del río, al llano, pero ahora es otra cosa, una colonia de ricos, grandes avenidas, grandes jardines y yo apenas si puedo mantener mi casa que está cayendo en el barrio del Plan de Álamos”.
Al llegar mi madre con Fulgencio Reburujo, le expresó: “Mire usted, en mi casa existe una pared de adobe, vieja, muy antigua que cuando se demolió la casa contigua quedé completamente desprotegida; un muro demasiado bajito, más o menos de cuatro o cinco metros, por lo que tengo miedo de que alguien se brinque como ahora es la moda que cierto malandrín se quiera llevar mis gallinas y puerquitos, ya que cada casa que se destruye se convierte en lote para vendimias, quién sabe qué suceda” Para ello, se habían puesto de acuerdo para que Fulgencio fuera a supervisar y revisar la casa de doña Ernestina.
Pasaron dos días y el representante del Municipio fue hasta el Plan de Álamos a supervisar la queja.
En ese momento, tocó la puerta y mi dulce madre la abriría: “Pase, pase, hacia la sala, no se asuste, mi casa es casi como un museo, son los mismos muebles de toda la vida, nunca me quise deshacer de ellos, cada uno está impregnado de infinidad de recuerdos, por ejemplo, este era el preferido de mi esposo, uno siempre tiene predilección por algún mueble y por algún rincón de la casa.
Frente de él, con atención escuchaba alguna anécdota diaria, seguido de algunas reprimendas de mi padre, a mí, a mis hermanos más jóvenes que yo, los cuales, hace tantos años que se había ido al otro mundo, pero sigo con mis reliquias”.

Pase, joven –decía Ernestina- pase al comedor, en esta cabecera de la mesa temprano desayunaba mi esposo, calmado que de un lado extendía el periódico; de vez en cuando, sacaba su reloj con elegancia de la bolsa de su chaleco, deslizaba la leontina entre sus manos regordetas, veía la hora con cuidado y doblaba las páginas del Correo de Chihuahua; luego, con el dorso de la mano, se daba una ligera sacudida en el pantalón, tomaba su sombrero e invariablemente decía: “Faltan quince para las nueve”.
Bajaba aquí dos cuadras hasta la calle Aldama para seguir a Palacio.
Mi padre desempeñó algunos puestos importantes en el gobierno sin llegar nunca a un puesto de relumbrón, pero su fidelidad al gobernador en turno y al presidente don Porfirio Díaz lo hicieron acreedor a una confianza desmedida entre los personajes de esos tiempos (1880-1910).
Seguido teníamos visita de algunos de ellos.
A veces era algún asunto importante y discreto, mi padre cerraba esa puerta que daba al comedor.
A veces la reunión era para algo bueno y de vez en cuando mi padre gritaba: “¡Luz, caramba y a tomar unas copitas de tequila o coñac, por favor!” Pero sin duda era un loco empedernido por don Porfirio, lo cual me siento muy contenta de que pronto visitará este terruño, porque en Chihuahua estamos listos para recibirlo”.
Esta crónica continuará…

Don Porfirio Díaz: invitado a visitar Chihuahua (1909), forma parte de los Archivos Perdidos de las Crónicas Urbanas de Chihuahua.
Si desea adquirir los libros: Crónicas Urbanas de Chihuahua, tomos del I al XIII, mande un WhatsApp al 614 148 85 03 y nos comunicaremos con Ud; adquiéralos además en Librería Kosmos (Josué Neri Santos No.
111).

Fuentes:

Creelman, James, “Presidente Díaz: hero of the Americas”, in Pearson’s Magazine, XIX, 3.
En México la entrevista fue publicada íntegramente los días 3 y 4 de marzo de 1908 en el diario El Imparcial.

Relatos e Historias en México, núm.
92.

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